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5 junio 2026

LA PASIÓN. Jesús conducido a presencia de Pilatos

Jesús conducido a presencia de Pilatos
Extracto de La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, beata Ana Catalina Emmerich.

Eran poco más o menos las seis de la mañana, según nuestro modo de contar, cuando la tropa que conducía a Jesús llegó delante del palacio de Pilatos. Anás, Caifás y los miembros del Consejo se pararon en los bancos que estaban entre la plaza y la entrada del tribunal. Jesús fue arrastrado hasta la escalera de Pilatos, quien estaba sobre una especie de azotea avanzada. Cuando vio llegar a Jesús en medio de un tumulto tan grande, se levantó y habló a los judíos con aire de desprecio. "¿Qué venís a hacer tan temprano? ¿Cómo habéis puesto a ese hombre en tal estado? ¿Comenzáis tan temprano a desollar vuestras víctimas?". Ellos gritaron a los verdugos: "¡Adelante, conducidlo al tribunal!"; y después respondieron a Pilatos: "Escuchad nuestras acusaciones contra ese criminal. Nosotros no podemos entrar en el tribunal para no volvernos impuros". Los alguaciles hicieron subir a Jesús los escalones de mármol, y lo condujeron así detrás de la azotea desde donde Pilatos hablaba a los sacerdotes judíos. Pilatos había oído hablar mucho de Jesús. Al verle tan horriblemente desfigurado por los malos tratamientos y conservando siempre una admirable expresión de dignidad, su desprecio hacia los príncipes de los sacerdotes se redobló; les dio a entender que no estaba dispuesto a condenar a Jesús sin pruebas, y les dijo con tono imperioso: "¿De qué acusáis a este hombre?". Ellos le respondieron: "Si no fuera un malhechor, no os lo hubiéramos presentado". - "Tomadle, replicó Pilatos, y juzgadle según vuestra ley". Los judíos dijeron: "Tú sabes que nuestros derechos son muy limitados en materia de pena capital". Los enemigos de Jesús estaban llenos de violencia y de precipitación; querían acabar con Jesús antes del tiempo legal de la fiesta, para poder sacrificar el Cordero pascual. No sabían que el verdadero Cordero pascual era el que habían conducido al tribunal del juez idólatra, en el cual temían contaminarse. Cuando el gobernador les mandó que presentasen sus acusaciones, lo hicieron de tres principales, apoyada cada una por diez testigos, y se esforzaron, sobre todo, en hacer ver a Pilatos que Jesús había violado los derechos del Emperador. Le acusaron primero de ser un seductor del pueblo, que perturbaba la paz pública y excitaba a la sedición, y presentaron algunos testimonios. Añadieron que seducía al pueblo con horribles doctrinas, que decía que debían comer su carne y beber su sangre para alcanzar la vida eterna. Pilatos miró a sus oficiales sonriéndose, y dirigió a los judíos estas palabras picantes: "Parece que vosotros queréis seguir también su doctrina y alcanzar la vida eterna, pues queréis comer su carne y beber su sangre". La segunda acusación era que Jesús excitaba al pueblo, a no pagar el tributo al Emperador. Aquí Pilatos, lleno de cólera, los interrumpió con el tono de un hombre encargado especialmente de esto, y les dijo: "Es un grandísimo embuste; yo debo saber eso mejor que vosotros". Entonces los judíos pasaron a la tercera acusación. "Este hombre oscuro, de baja extracción, se ha hecho un gran partido, se ha hecho dar los honores reales; pues ha enseñado que era el Cristo, el ungido del Señor, el Mesías, el Rey prometido a los judíos, y se hace llamar así". Esto fue también apoyado por diez testigos. Cuando dijeron que Jesús se hacía llamar el Cristo, el Rey de los judíos, Pilato pareció pensativo. Fue desde la azotea a la sala del tribunal que estaba al lado, echó al pasar una mirada atenta sobre Jesús, y mandó a los guardas que se lo condujeran a la sala. Pilatos era un pagano supersticioso, de un espíritu ligero y fácil de perturbar. No ignoraba que los Profetas de los judíos les habían anunciado, desde mucho tiempo, un ungido del Señor, un Rey libertador y Redentor, y que muchos judíos lo esperaban. Pero no creía tales tradiciones sobre un Mesías, y si hubiese querido formarse una idea de ellas, se hubiera figurado un Rey victorioso y poderoso, como lo hacían los judíos instruidos de su tiempo y los herodianos. Por eso le pareció tan ridículo que acusaran a aquel hombre, que se le presentaba en tal estado de abatimiento, y de haberse tenido por ese Mesías y por ese Rey. Pero como los enemigos de Jesús habían presentado esto como un ataque a los derechos del Emperador, mandó traer al Salvador a su presencia para interrogarle.