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Hacer oración: mantener abierta la herida
A fin de cuentas, la oración consiste sobre todo en mantener abierta esta herida de amor, impedir que se cierre. Eso es también lo que debe guiamos para saber lo que hemos de hacer en la oración. Cuando la herida corre el riesgo de cerrarse o se atenúa por la rutina, la pereza, la pérdida del amor primero, en¬tonces hay que actuar, hay que despertar, despertar a nuestro corazón, estimularlo a amar utilizando todos los buenos pensamientos, los propósitos, haciendo el esfuerzo -por emplear la frase de Santa Teresa- por sacar el agua que nos falta; hasta que el Señor, compadecido de nosotros, nos dé la lluvia. Eso puede exigir en ocasiones un esfuerzo constante. «¡Me levanté y di vueltas por la ciudad, por las calles y las plazas, buscando al amado de mi alma!»(Cant 3, 2).
Si, por el contrario, el corazón está abierto, si el amor se derrama puede ser con fuerza, aunque también con extraordinaria dulzura, pues los movimientos del amor divino son a veces casi insensibles, ya lo hemos dicho, pero hay efusión de amor porque el corazón está despierto, atento: «¡Yo duermo, pero mi corazón vela!» (Cant 5, 2)-, entonces hay que entregarse simplemente a esa efusión de amor, sin hacer otra cosa que consentir en ella o hacer lo que ese amor suscite en nosotros como respuesta.
Hemos dicho que los puntos de partida de la vida de oración pueden ser muy distintos. Hemos aludido a la meditación, a la oración de Jesús», que no son más que ejemplos. Y yo creo que hoy, en este siglo tan especial en el que estamos tan dañados, Dios tan perseguido y las etapas de la vida espiritual frecuentemente alteradas, a menudo nos vemos como introducidos de improviso en la vida de oración: recibimos casi inmediatamente esa herida de la que hemos hablado a través de la gracia de una conversión; por la experiencia de la efusión del Espíritu Santo como puede ocurrir en la renovación carismática (¡o en cualquier otro sitio!); en medio de una prueba providencial con la que Dios nos hace suyos. El papel que nos corresponde en la vida de oración consiste entonces en ser fieles a ella; en perseverar en el diálogo íntimo con Aquel que nos ha tocado con objeto de «mantener abierta la herida»; en impedir que se cierre cuando llegue el «duro momento», cuando se aleje la experiencia de Dios y olvidemos poco a poco lo pasado, dejándolo enterrarse poco a poco bajo el polvo de la rutina, del olvido, de la duda...
JACQUES PHILIPPE