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27 junio 2026

MARIA. LA RESURRECCIÓN

LA RESURRECCIÓN

Quizá el dolor persista, quizá parezca tocar fondo. Miremos a María. Teresa de Jesús, la Santa de Avila —merece todo el crédito— cuenta que «un día, después de comulgar, me parece clarísimamente se sentó junto a mí Nuestro Señor (...). Díjome que en resucitando había visto a Nuestra Señora, porque estaba ya en gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada, que aún no tornaba en sí para gozar de aquel gozo... Y que había estado mucho con Ella; porque había sido menester hasta consolarla». La espada de dolor había alcanzado hasta lo más hondo del Corazón de María. La herida era demasiado profunda para resta¬ñar en un momento. Es maravilloso y consolador que la más recia de todas las criaturas necesite tiempo para reponerse; que la presencia de su Hijo resucitado vaya trocando el dolor en gozo, no de un golpe, sino paso a paso. Una nueva luz para comprender mejor la magnitud de aquel dolor y que no estamos solos, que somos siempre comprendidos y alentados por la Madre de Dios. Si no la dejamos, Ella no nos dejará.
Este es el mensaje, la revelación que el dolor siempre trae consigo: que cuanto más participemos de su Cruz, más amorosamente nos miran Dios y su Madre. «El más rápido corcel para conducir a la perfección —decía el maes¬tro Eckart— es el sufrimiento.» Y Paul Claudel sugiere que «todo el sufrimiento que hay en este mundo no es dolor de agonía, sino dolor de parto». Del morir —si es morir con Cristo— procede la Vida. «Bienaventurados los que lloran —dice el Señor—, porque ellos serán consolados». «Te quiero feliz en la tierra. No lo serás si no pierdes ese miedo al dolor. Porque, mientras 'caminamos', en el dolor está precisamente la felicidad». Ahora, seguramente, entendemos mejor aquel punto de Camino: «Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor! ». Y aquel otro: «Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel...».
Escuchemos todavía: «Admira la reciedumbre de Santa María: al pie de la Cruz, con el mayor dolor humano —no hay dolor como su dolor—, llena de fortaleza.
»Y pídele de esa reciedumbre, para que sepas también estar junto a la Cruz».
«La Virgen Dolorosa. Cuando la contemples, ve su Corazón: es una Madre con dos hijos, frente a frente: El... y tú».
¿Qué haremos, pues, sino seguir este último consejo: «Di: Madre mía —tuya, porque eres suyo por muchos títulos—, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro Jesús»?
ANTONIO OROZCO