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DIOS SE NOS DA A TRAVÉS DE LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO
Después de la primacía de la actuación divina y de la primacía del amor, veamos ahora un tercer principio fundamental que sostiene la vida contemplativa del cristiano: encontramos a Dios en la humanidad de Jesucristo.
Hacemos oración para entrar en contacto con Dios, pero a Dios nadie lo conoce. ¿Cuál es el modo, el medio que se nos ha dado para encontrar a Dios? Hay un único mediador, el Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. La humanidad de Jesús, en tanto que humanidad del Hijo, es para nosotros la mediación, el punto de apoyo a nuestro alcance por el que tenemos la certeza de poder encontrar a Dios y unimos a Él. En efecto, dice san Pablo: «en Él reside corporalmente toda la plenitud de la Divinidad» (Col 2, 9). La humanidad de Jesús es el sacramento primordial por el cual la Divinidad se hace accesible a los hombres.
Somos personas de carne y hueso; necesitamos ayudas sensibles para acceder a las realidades espirituales. Dios lo sabe, yeso explica todo el misterio de la Encarnación. Tenemos necesidad de ver, de tocar, de sentir. La humanidad sensible y concreta de Jesús es para nosotros la expresión de la maravillosa condescendencia de Dios, que conoce nuestra forma de ser y nos da la posibilidad de acceder humanamente a lo divino, de tocarlo por medios humanos. Lo espiritual se ha hecho carnal. Jesús es para nosotros el camino hacia Dios: «El que me ve a mí, ve al Padre», contesta Jesús a la petición de Felipe: «Muéstranos al Padre y eso nos basta» (Jn 14,8-9).
Hay en ello un muy hermoso y gran misterio. La humanidad de Jesús en todos sus aspectos, hasta los más humildes y más secundarios en apariencia, es para nosotros como un inmenso espacio de comunión con Dios. Cada aspecto de esta humanidad, cada uno de sus rasgos -incluso el más pequeño y más oculto-, cada una de sus palabras, cada uno de sus hechos y de sus gestos, cada una de las etapas de su vida, desde la concepción en el seno de María hasta la Ascensión, nos pone en comunicación con el Padre siempre que lo recibamos en la fe. Recorriendo esta humanidad como un paisaje que nos perteneciera, como un libro escrito para nosotros, nos lo apropiamos en la fe y en el amor; no cesamos de crecer en una comunión con el misterio inaccesible e insondable de Dios.
Esto significa que la oración del cristiano siempre se basará en una cierta relación con la humanidad del Salvador. Todas las variadas formas de oración cristiana (más adelante daremos ejemplos) encuentran justificación teológica y tienen como común de¬nominador el hecho de poner en contacto con Dios a través de algún aspecto determinado de la humanidad de Jesús. Y por ser esta humanidad de Jesús el sacramento, el signo eficaz de la unión del hombre con Dios, nos basta estar unidos por la fe a ella para encontrarnos en comunión con Dios.
Bérulle expresa de una hermosa manera cómo los misterios de la vida de Jesús, aunque acaecidos en el tiempo, siguen siendo realidades vivas y vivificantes para quien los contempla con fe.
«Es preciso plantear la perpetuidad de esos misterios en una determinada forma: ocurrieron en ciertas circunstancias y duran, están presentes y son perpetuos de otra determinada forma. Pasaron en cuanto a su ejecución, pero están presentes en cuanto a su fuerza, y su fuerza no pasa nunca, ni pasará nunca el amor con que fueron realizados. El espíritu, pues, el estado, la fuerza, el mérito del misterio está siempre presente... Eso nos obliga a tratar las cosas y los misterios de Jesús, no como cosas pasadas y extinguidas, sino como cosas vivas y presentes de las que tenemos también que recoger un fruto presente y eterno.»
Bérulle lo aplica, por ejemplo, a la infancia de Jesús:
«La infancia de Jesús es un estado pasajero, pues las circunstancias de esta infancia han pasado y ya no es un niño. No obstante, hay algo divino en ese misterio que persevera en el cielo y que obra un modo de gracia semejante en las almas que están en la tierra, que Jesús gusta de asignar y dedicar a ese humilde primer estado de su persona.»
JACQUES PHILIPPE