Página inicio

-

Agenda

15 mayo 2026

LA PASIÓN. Juicio de la mañana

Juicio de la mañana
Extracto de La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, beata Ana Catalina Emmerich.

Al amanecer, Caifás, Anás, los ancianos y los escribas se juntaron de nuevo en la gran sala del tribunal, para pronunciar un juicio en forma, pues no era legal el juzgar en la noche: podía haber sólo una instrucción preparatoria, a causa de la urgencia. La mayor parte de los miembros había pasado el resto de la noche en casa de Caifás. La asamblea era numerosa, y había en todos sus movimientos mucha agitación. Como querían condenar a Jesús a muerte, Nicodemus, José y algunos otros se opusieron a sus enemigos, y pidieron que se difiriese el juicio hasta después de la fiesta: hicieron presente que no se podía fundar un juicio sobre las acusaciones presentadas ante el tribunal, porque todos los testigos se contradecían. Los príncipes de los sacerdotes y sus adeptos se irritaron y dieron a entender claramente a los que contradecían, que siendo ellos mismos sospechosos de ser favorables a las doctrinas del Galileo, les disgustaba ese juicio, porque los comprendía también. Hasta quisieron excluir del Consejo a todos los que eran favorables a Jesús; estos últimos, declarando que no tomarían ninguna parte en todo lo que pudieran decidir, salieron de la sala y se retiraron al templo. Desde aquel día no volvieron a entrar en el Consejo. Caifás ordenó que trajeran a Jesús delante de los jueces, y que se preparasen para conducirlo a Pilatos inmediatamente después del juicio. Los alguaciles se precipitaron en tumulto a la cárcel, desataron las manos de Jesús, le ataron cordeles al medio del cuerpo, y le condujeron a los jueces. Todo esto se hizo precipitadamente y con una horrible brutalidad. Caifás, lleno de rabia contra Jesús, le dijo: "Si tú eres el ungido por Dios, si eres el Mesías, dínoslo". Jesús levantó la cabeza, y dijo con una santa paciencia y grave solemnidad: "Si os lo digo, no me creeréis; y si os interrogo, no me responderéis, ni me dejaréis marchar; pero desde ahora el Hijo del hombre está sentado a la derecha del poder de Dios". Se miraron entre ellos, y dijeron a Jesús: "¿Tú eres, pues, el Hijo de Dios?". Jesús, con la voz de la verdad eterna, respondió: "Tú lo dices: yo lo soy". Al oír esto, gritaron todos: "¿Para qué queremos más pruebas? Hemos oído la blasfemia de su propia boca". Al mismo tiempo prodigaban a Jesús palabras de desprecio: "¡Ese miserable, decían, ese vagabundo, que quiere ser el Mesías y sentarse a la derecha de Dios!". Le mandaron atar de nuevo y poner una cadena al cuello, como hacían con los condenados a muerte, para conducirlo a Pilatos. Habían enviado ya un mensajero a éste para avisarle que estuviera pronto a juzgar a un criminal, porque debían darse prisa a causa de la fiesta. Hablaban entre sí con indignación de la necesidad que tenían de ir al gobernador romano para que ratificase la condena; porque en las materias que no concernían a sus leyes religiosas y las del templo, no podían ejecutar la sentencia de muerte sin su aprobación. Lo querían hacer pasar por un enemigo del Emperador, y bajo este aspecto principalmente la condenación pertenecería a la jurisdicción de Pilatos. Los príncipes de los sacerdotes y una parte del Consejo iban delante; detrás, el Salvador rodeado de soldados; el pueblo cerraba la marcha. En este orden bajaron de Sión a la parte inferior de la ciudad, y se dirigieron al palacio de Pilatos.