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1 mayo 2026

LA PASIÓN. María en casa de Caifás

María en casa de Caifás
Extracto de La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, beata Ana Catalina Emmerich.

Virgen Santísima, hallándose constantemente en comunicación espiritual con Jesús, sabía todo lo que le sucedía, y sufría con Él. Estaba como Él en oración continua por sus verdugos; pero su corazón materno clamaba también a Dios, para que no dejara cumplirse este crimen, y que apartara esos dolores de su Santísimo Hijo. Tenía un vivo deseo de acercarse a Jesús, y pidió a Juan que la condujera cerca del sitio donde Jesús sufría. Juan, que no había dejado a su divino Maestro más que para consolar a la que estaba más cerca de su corazón después de Él, condujo a las santas mujeres a través de las calles, alumbradas por el resplandor de la luna. Iban con la cabeza cubierta; pero sus sollozos atrajeron sobre ellas la atención de algunos grupos, y tuvieron que oír palabras injuriosas contra el Salvador. La Madre de Jesús contemplaba interiormente el suplicio de su Hijo, y lo conservaba en su corazón como todo lo demás, sufriendo en silencio como Él. Al llegar a la casa de Caifás, atravesó el patio exterior y se detuvo a la entrada del interior, esperando que le abrieran la puerta. Esta se abrió, y Pedro se precipitó afuera, llorando amargamente. María le dijo: "Simón, ¿qué ha sido de Jesús, mi Hijo?". Estas palabras penetraron hasta lo íntimo de su alma. No pudo resistir su mirada; pero María se fue a él, y le dijo con profunda tristeza: "Simón, ¿no me respondes?". Entonces Pedro exclamó, llorando: "¡Oh Madre, no me hables! Lo han condenado a muerte, y yo le he negado tres veces vergonzosamente". Juan se acercó para hablarle; pero Pedro, como fuera de sí, huyó del patio y se fue a la caverna del monte de las Olivas. La Virgen Santísima tenía el corazón destrozado. Juan la condujo delante del sitio donde el Señor estaba encerrado. María estaba en espíritu con Jesús; quería oír los suspiros de su Hijo y los oyó con las injurias de los que le rodeaban. Las santas mujeres no podían estar allí mucho tiempo sin ser vistas; Magdalena mostraba una desesperación demasiado exterior y muy violenta; y aunque la Virgen en lo más profundo de su dolor conservaba una dignidad y un silencio extraordinario, sin embargo, al oír estas crueles palabras: "¿No es la madre del Galileo? Su hijo será ciertamente crucificado; pero no antes de la fiesta, a no ser que sea el mayor de los criminales"; Juan y las santas mujeres tuvieron que llevarla más muerta que viva. La gente no dijo nada, y guardó un extraño silencio: parecía que un espíritu celestial había atravesado aquel infierno.