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8 abril 2026

JOSÉ. María vuelve a Nazaret

María vuelve a Nazaret

Seba se marchó y de nuevo pasaron los días. Seguía sin ninguna noticia de Miriam.
Antes del sábado siguiente, José fue avisado de que el jefe de la sinagoga le había designado para leer el maftir correspondiente a aquel día. Era un gran honor, ya que seguía siendo considerado como nuevo entre los habitantes de la ciudad.
Preparó su intervención con el mayor esmero. Al salir para la sinagoga ya vestido con el taled, recitó con gran fervor la beraká correspondiente antes de dirigirse a la casa de oración: «qué hermosas son tus tiendas, Jacob, qué encantadores los lugares de tu residencia, Israel...» Ante la puerta de la sinagoga se detuvo también para rezar: «Levanto las manos hacia tu Tabernáculo, Oh Eterno, te suplico y Tú me escuchas...»
Emocionado, esperaba la llamada del hazzan. Se estremeció cuando éste abrió el armario santo, Arón Aqqadesh, extrayendo un rollo de las escrituras proféticas y lo sacó de la funda bordada. Oyó pronunciar su nombre. Se levantó, subió al tebutá. El hazzan le entregó el rollo. Todos los presentes se levantaron.
Antes de empezar a leer, miró por encima del pergamino enrollado las caras de la gente. Los hombres estaban en primer término: más cerca los comerciantes ricos, más lejos los labradores humildes. Ya los conocía a casi todos. En el fondo de la sala se veía una galería ocupada por las mujeres.
De pronto se sobresaltó. Le pareció distinguir entre las caras de las mujeres apiñadas en la galería el rostro de aquella en quien pensaba continuamente. ¿Será cierto? Pero no tenía tiempo de mirar con más detenimiento: había que empezar la lectura. Sin embargo, trató de empezar en vano. Las letras le bailaban ante los ojos. El hazzan fue a ayudarle. Le entregó un marcador de madera. Pasándolo por las columnas de las letras le era más fácil concentrarse. Con toda la fuerza de su voluntad se impuso a su nerviosismo. Se dijo para sus adentros: es imposible, es una ilusión; si hubiera vuelto, lo sabría. El texto de la profecía de Isaías se hizo finalmente legible. Empezó a leer:
Y el Señor le dijo a Acaz:
Pide una señal del Señor tu Dios
en lo profundo del sheol o arriba en lo alto.
Pero Acaz repuso:
No la pediré y no tentaré al Señor.
Y dijo Acaz:
Oíd, pues, casa de David:
¿Os parece poco ser molestos para los hombres,
que también queréis serlo con mi Dios? A pesar de todo, el mismo Señor
os dará una señal: Una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y será llamado con el nombre de Emmanuel, Se alimentará con leche y con miel, hasta que sepa rechazar lo malo y escoger lo bueno.
Y antes de que sepa rechazar lo malo y escoger lo bueno, la tierra por la que temes se verá libre de los dos reyes que hoy la dominan.
Envolvió el rollo e inmediatamente echó una mirada hacia la galería. Sin embargo, no pudo ver a aquella cuya presencia pareció advertir antes. Se concentró de nuevo. Tal como lo exigía la costumbre, debía decir unas palabras relativas al texto leído. Con voz sofocada dijo lo que había preparado: que las palabras del profeta anuncian el nacimiento del Rey Ezequías, el cual, oponiéndose a su padre comenzó la renovación moral y la vuelta a la verdadera fe. Al terminar, entregó el rollo al hazzan y bajó de la tebutá.
La gente empezó a salir en masa de la sinagoga después de la última oración y de la bendición. El jefe paró a José para felicitarle por la hermosa lectura de la profecía y la buena doctrina y José no pudo fijarse en los que salían.
Volvió a casa solo. En el estrecho sendero adelantó a un grupo de mujeres que volvían de la casa de oración. Eran esposas de pequeños artesanos que vivían en la ciudad alta. Las caras le eran conocidas, por lo que les dijo al pasar:
—La paz sea con vosotras.
Contestaron a coro:
—La paz sea contigo.
Pero una exclamó:
—Ya habrás visto a tu novia...
Todas a una rieron ahogadamente, y esta risita resonó extremadamente desagradable en los oídos de José.
JAN DOBRACZYNSKI