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Hemos de hacer notar que no es el mismo estado de dominio de Dios del que hemos hablado anteriormente. La inteligencia y la imaginación continúan ejerciendo cierta actividad: los pensamientos, las imágenes van y vienen, pero en un nivel superficial, sin que la persona preste atención a dichos pensamientos e imágenes más bien involuntarios. Lo importante no es la agitación (inevitable) de la mente, sino la profunda orientación del corazón hacia Dios.
Estas son, pues, algunas situaciones en las que no hay por qué plantear la pregunta: «¿cómo ocupar el tiempo de la oración?», pues la respuesta ya está dada.
Queda un caso en el que se plantea dicha cuestión. Es generalmente el de la persona cargada de buena voluntad, pero que no está (¡todavía!) inflamada de amor de Dios; que no ha recibido todavía la gracia de una oración pasiva, pero que ha comprendido la importancia de la oración y desea entregarse a ella regularmente, no sabiendo muy bien cómo hacerlo. ¿Qué aconsejar a esta persona?
No responderemos directamente a esta cuestión diciendo: durante el rato de oración haz esto o aquello, reza de esta manera o de esta otra. Nos parece más prudente empezar por dar los principios básicos que deben guiar a un alma en lo que se refiere a su comportamiento durante la oración.
En los capítulos anteriores hemos descrito las actitudes fundamentales que deben orientar al alma que aborda la oración, actitudes válidas, de hecho, para cualquier forma de oración e incluso para toda la existencia cristiana en su conjunto, como ya hemos dicho. Lo que cuenta sobre todo -y lo repetimos de nuevo- no es el cómo, ni las recetas, sino, por así decir, el clima y el estado de ánimo con los que abordamos la vida de oración: lo que condiciona la perseverancia en ella, así como su fecundidad, es que dicho clima sea el adecuado.
Ahora haremos un poco lo mismo, es decir, daremos algunas orientaciones que, tomadas en conjunto, definen no un clima, sino una especie de paisaje interior con sus puntos de referencia, sus caminos; un paisaje interior que quien desee hacer oración podrá seguir libremente según la etapa en que se encuentre de su itinerario y según el impulso del Espíritu Santo. Conocer, al menos parcialmente, esos puntos de referencia permitirán el fiel orientarse, comprender por él mismo lo que ha de hacer en la oración.