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26 abril 2026

TIEMPO PARA DIOS. Buscar la sencillez

Una consecuencia de todo lo anterior es la si¬guiente: durante la oración debemos estar pendientes de no mariposear, de no multiplicar los pensamien¬tos y las consideraciones en las que cabría más la búsqueda de arrebatos que la de una conversión real del corazón. ¿De qué me sirve tener pensamientos elevados y variados sobre los misterios de la fe, cambiar constantemente de temas de meditación re¬pasando todas las verdades de la teología y todos los pasajes de la Sagrada Escritura, si no salgo más re¬suelto a entregarme a Dios y a renunciar a mí mismo por amor a El? «Amar, dice santa Teresa del Niño Jesús, es darlo todo y darse uno mismo». Si mi ora¬ción diaria consistiera en una única idea sobre la que volviera incansablemente: la de estimular a mi cora¬zón a entregarse plenamente al Señor e insistir sin cesar en el propósito de servirle y entregarme a Él, ¡esta oración sería más pobre pero mucho mejor!
Continuando sobre esta primacía del amor, recor¬demos un hecho de la vida de Teresa de Lisieux. Poco antes de su muerte, Teresa está en cama ya muy en¬ferma; una hermana (Sor Agnes) entra en su habita¬ción y le pregunta: «¿En qué piensa?» «No pienso en nada; no puedo; sufro demasiado y entonces rezo». «y ¿qué le dice a Jesús?» Teresa responde: «No le digo nada, ¡le amo!»
Esta es la oración más pobre, pero la más profun¬da: un simple acto de amor por encima de cualquier palabra, de todo pensamiento. Hemos de tender a esa sencillez. En definitiva, nuestra oración no debía ser más que eso: sin palabras, sin pensamientos, sin una serie de actos particulares y distintos, ¡sino un único y sencillo acto de amor! Necesitamos mucho tiempo y un profundo trabajo de la gracia para llegar a esta sencillez, nosotros, a los que el pecado ha he¬cho tan complicados, tan dispersos. Al menos, recor¬demos esto: el valor de la oración no se mide por la abundancia y variedad de las cosas que se hacen; al contrario: cuanto más se acerca a un simple acto de amor, mayor valor tiene. Y cuanto más avanzamos en la vida interior, más se simplifica nuestra oración. Volveremos sobre ello al hablar de la evolución de la vida de oración.
Antes de terminar este apartado, querríamos pre¬venir sobre un tipo de tentación que puede presentar-se. Es posible que durante la oración se nos ocurran hermosos y profundos pensamientos, ciertas luces sobre el misterio de Dios o unas perspectivas alenta¬doras en relación con nuestra vida, etc. Esta clase de luces o de pensamientos (¡que pueden llegar a pare¬cemos geniales!) suelen ser una trampa y debemos estar en guardia. Por supuesto que en algunas oca¬siones Dios nos comunica luces e inspiraciones du¬rante la oración. Pero es preciso saber que algunos pensamientos que surgen en nosotros pueden ser tentaciones: al detenemos en ellos nos apartamos, de hecho, de una presencia en Dios más pobre, pero más auténtica. Estos pensamientos nos arrastran, en ocasiones nos exaltan, terminamos por cultivarlos y quizá por estar más atentos a ellos que al mismo Dios. Al acabar el rato de oración nos damos cuenta de que todo era vano y que no queda gran cosa...
JACQUES PHILIPPE