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POSIBLE EFICACIA DE NUESTRO PASO POR LA TIERRA
Estábamos en que los padres de la Niña recién nacida no podían sospechar que, desde toda la eternidad, Dios la había escogido como Madre suya y Corredentora. Hubieran quedado atónitos si les hubiera sido dado contemplar la eficacia de aquella vida que comenzaba a latir por cuenta propia entre sus brazos. Dios, por primera vez desde el pecado de origen, sonreía abiertamente ante un ser humano absolutamente puro. Era el preludio de un nuevo zarpar de la humanidad hacia Dios.
Pues bien, nosotros tampoco podemos sospechar la eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra, si somos fieles a nuestra vocación de cristianos: si luchamos por alcanzar la santidad en el lugar y situación en que Dios nos ha puesto. Si cada uno en su puesto (vosotros en el vuestro, y yo en el mío como sacerdote y no como otra cosa), luchamos por ser santos, veremos un nuevo resurgir de la humanidad. Ese mundo nuestro que se nos presenta tan viejo y achacoso, lleno de violencias de toda guisa —porque está lleno de odio, pues está lejos de Dios—; lleno de erotismo y de bajezas; si luchamos por ser santos, rejuvenecerá. Escuchad lo que dice el Fundador del Opus Dei: «Un secreto. Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres suyos en cada actividad humana. Después —pax Chrisíi in regno Christi— la paz de Cristo en el reino de Cristo» Santidad, pues —oración, trabajo, sacrificio—, no le demos más vueltas. Así «Eres, entre los tuyos —alma de apóstol—, la piedra caída en el lago. Produce, con tu ejemplo y tu palabra, un primer círculo..., y éste, otro..., y otro, y otro... Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la grandeza de tu misión?».
¿Qué puedo hacer yo para tener la eficacia de esa piedra? De momento algo importante: acercarme más a María, tratarla y aprender. La Virgen nos alumbra el misterio de nuestra vida personal. Una vida oscura y oculta a la superficial curiosidad de las gentes puede tener una eficacia colosal si la vivimos al modo de la Madre de Dios, con un fiat permanente en los labios. Poco importa lo que somos ante los demás: lo que importa es lo que somos delante de Dios. Y lo que importa delante de Dios es que seamos Cristo que pasa oculto entre los hombres (os aconsejo que meditéis despacito un libro de Mons. Escrivá de Balaguer, que se titula así: Es Cristo que pasa).
ANTONIO OROZCO