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31 marzo 2026

COMENTARIO AL SALMO II. Contra Dios

Ignacio Domínguez
«ADVERSUS DOMINUM ET ADVERSUS CHRISTUM EIUS» ¡contra dios!

Festividad de San Francisco de Asís, año 1903.
Pío X saca a luz una encíclica, —E supremi Apostolatus— haciendo frente a la marea de modernismo que intenta ahogar todo el orden sobrenatural. Pero su encíclica tiene hoy impresionante actualidad. No en vano se dice que estamos viviendo un verdadero neomodernismo. Pablo VI, Enc. Ecclesiam suam: «El fenómeno modernista todavía aflora en diversas tentativas de expresiones heterogéneas y extrañas a la auténtica realidad de la religión católica.» Mons. ¡Rudolf Graber, Obispo de Ratisbona, comentaba: «S. S. Pablo VI ha usado el término "modernismo" en su encíclica Ecclesiam suam, y no de paso, sino para calificar todos los fenómenos internos dudosos que surgen en la Iglesia.» De estos fenómenos, el mismo Papa nos ha hablado en más de una ocasión: «Hoy, desgraciadamente, se asiste a un relajamiento en la observancia de los preceptos que la Iglesia hasta ahora ha pro- propuesto para la santificación y para la dignidad moral de sus hijos. Un espíritu de crítica y hasta de indocilidad y rebeldía pone en duda normas sacrosantas de la vida cristiana, del comportamiento cristiano, de la vida religiosa. Se habla de "liberación", se hace del hombre centro de todo culto, se contemporiza con criterios naturalistas, se priva a la conciencia de la luz de los preceptos morales, se altera la noción de Decado, se impugna la obediencia y se le disputa su función constituyente del orden de la comunidad eclesial, se aceptan formas y gustos de acción, de pensamiento, de diversión, que hacen del cristiano no ya el fuerte y austero discípulo de Jesucristo sino el gregario de la mentalidad y de la moda corriente, el amigo del mundo, que en vez de ser llamado a la concepción cristiana de la vida, tiende a someter al cristiano a la fascinación y al goce de su exigente v voluble pensamiento.» Discurso, 7 julio 1965.
Y, ayer como hoy, los objetivos de la soberbia humana pueden ser reducidos a estos dos: borrar la idea de Dios en el mundo; ocupar el lugar de Dios.
«Recede a nobis»: apártate de nosotros
«Vere in Auctorem suum fremuerunt gentes et populi meditad sunt inania adversas Dominum et adversas Christum eius»: verdaderamente las gentes se han enfurecido y las naciones traman planes vanos contra su Autor. Parece que, de todas partes, se alza el grito de quienes atacan a Dios: recede a nobis: apártate de nosotros; no queremos saber de tus caminos (Job 21, 14).
Por eso, en gran parte de la humanidad se ha extinguido el temor de Dios eterno y no se tiene en cuenta —ni en público ni en privado— la ley de su poder supremo en lo que toca a la moral; más aún, se lucha con denodado esfuerzo, y con todo tipo de maquinaciones, para arrancar de raíz incluso la misma noción de Dios.
«Nolumus hunc regnare»: no queremos que Cristo reine:
sigue Pío X: «La consideración de estas cosas llevará a algunos a pensar que, efectivamente, ya habita en este mundo aquel a quien el Apóstol llama "el hijo de la perdición"».
Es que se cuartea por doquier la piedad, los documentos de la fe revelada son impugnados, se pretende directa y obstinadamente destruir cualquier relación que medie entre Dios y el hombre. Por el contrario, el hombre, consagrando a sí mismo el mundo visible como si fuese templo suyo, se ha sentado en él como un dios: para que todos le rindan adoración.
Se están cumpliendo a la letra las palabras de San Pablo: «el hijo de la perdición... se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuese Dios: Ostendens se tamquam sit Deus».
Para estos hombres, Dios no es el Padre, lleno de bondad, que tanto amó al mundo hasta darle a su Hijo Unigénito; no es el Señor misericordioso que perdona nuestras deudas y nos libra del mal.
Dios es el adversario: adversus Dominum et adversus Christum eius; el que hace sombra, el que estorba, el que frena la marcha del mundo, el que impone barreras y prohibiciones, el que dicta mandamientos anuladores de la libertad.
Por eso se lucha contra El. Se pretende borrar la idea de Dios y el dominio de Cristo: Nolumus hunc regnare super nos (Lc 19, 11): no queremos que Cristo reine sobre nosotros.
Quizá no se ponían de acuerdo para otras cosas: en esto, empero, sí: convenerunt in unum:
Los fariseos no se entendían con los saduceos. Pero para acusar a Cristo, sí;
Los escribas y los sacerdotes, los sanedritas y los herodianos, se despreciaban mutuamente, tenían discordias y divisiones entre ellos. Pero para acusar a Cristo y condenarlo se pusieron de acuerdo: convenerunt in unum: Habéis oído la blasfemia, ¿qué os parece? Y dijeron todos: Es reo de muerte (Mc 14, 54).
Pilato y Herodes se odiaban profundamente y era pública su enemistad. Pero a la hora de dar muerte a Cristo, convenerunt in unum: se hicieron amigos (Lc 23, 12).
Y la historia se repite:
Julián el Apóstata: «¡Venciste, galileo!»
Voltaire: «Aplastemos al infame»: el infame es Jesucristo.
Sartre: «Si hubiera Dios, ¿cómo no iba a ser yo mismo Dios?»
No se trata simplemente de la actitud del necio que dijo en su corazón: «No existe Dios» (Sal 13, 1); no se trata meramente de vivir como si Dios no existiera... Es más: Es la lucha de las tinieblas contra la luz, es el ateísmo militante, las luchas programadas, propaganda, filosofías, novelas, cine, pornografía comercializada... Es la lucha contra el plan de Dios, realizado en Cristo.
Por eso, al leer el Evangelio, no deja de ser sorprendente la saña que se despliega contra Jesús desde Belén hasta el Calvario.
¿Quién es éste al que buscan con tanta saña?
Buscan ad perdendum eum —para perderle— a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre (Lc 2, 7).
Buscan ad tradendum eum —para entregarlo con traición— a un Hombre manso y humilde de corazón (Mt 11, 19).
Buscan ad delendum eum —para destruirlo— al Autor de la vida (Hech 3, 15): Una lucha sin cuartel adversus Dominum et adversus Christum eius.
«Non praevaleat homo!»: ¡Señor, que no prevalezca el hombre!
Volvamos de nuevo a Pío X, que en él encontra¬remos unas pistas de actuación y nos ayudará a hacer algún propósito concreto. Por ejemplo, éste: convicción profunda de que «el bramido de las gentes y los planes vanos de los pueblos contra su Autor», no pueden ser impedimento para que cada cristiano procure ser instrumento de los planes de Dios en el mundo: y ello no sólo mediante la oración asidua que grita: Levántate, Señor: que no prevalezca el hombre, sino también con obras y palabras, abiertamente, a la luz del día: y afirme y reivindique, para Dios y su Cristo, el supremo dominio sobre los hombres y las cosas todas de la Creación.
Es decir, que ante aquellos que rechazan a Dios y a Cristo, nosotros debemos afirmarlo con más fuerza. Debemos crecernos ante los obstáculos: inter médium montium pertransibunt aquae (Sal 103, 10): a través de los montes, las aguas pasarán.
Vamos a terminar nuestra meditación haciendo alusión a una leyenda griega, según la cual Prometeo robó a los dioses el fuego para dárselo a los hombres. Conocemos el mito, y sabemos que ese mito se repite a lo largo de la historia. El hombre lucha adversus Dominum et adversus Christum eius: ¡contra Dios! No considera que si Dios crea el fuego es para dárselo a los hombres: pues Dios no lo necesita para nada; no considera que Dios es dives in ómnibus invocantibus eum (17): rico en misericordia con todos los que le invocan; no considera que esa imagen mezquina, tacaña, empobrecida, no corresponde a la realidad de Dios.
A cuántos y cuántos, que actúan como Prometeo, se les podrían aplicar las palabras de monseñor Escrivá de Balaguer: «Ese Cristo que tú ves, no es Jesús. Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡El!» (Rom 10, 12).
Magníficat, anima mea, Dominum: Mi alma engrandece al Señor.
Si Prometeo roba la gloria de Dios, la Virgen glorifica a su Señor.
Por eso, mientras Prometeo es encadenado por el odio, la Virgen canta enamorada: Fecit mihi magna qui potens est (Lc 1, 46): El Todopoderoso hizo obras grandes en mí.