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15 marzo 2026

TIEMPO PARA DIOS. Abandono en Dios

Abandono en Dios

Sepamos también que el esfuerzo por afrontar cualquier circunstancia en un clima de abandono total, de serena confianza en Dios, por vivir el momento presente sin torturarnos por las preocupaciones del mañana, por tratar de hacer cada cosa tranquilamente, sin preocupamos por la siguiente, etc., contribuye extraordinariamente al crecimiento de la vida de oración. No es fácil, pero es muy ventajoso tratar de conseguirlo en la medida de lo posible.
Es también muy importante aprender poco a poco a vivir continuamente bajo la mirada de Dios, en su presencia, en una especie de diálogo constante con Él, recordándolo con la mayor frecuencia posible en medio de nuestras ocupaciones y viviendo cualquier situación en su compañía. Cuanto más nos esforcemos en hacerlo, más sencillo nos resultará hacer oración: ¡si no le abandonamos, le encontraremos más fácilmente en el momento de hacerla! La práctica de la oración debe tender también a la plegaria continua; no necesariamente en el sentido de una oración explícita, sino en el de una práctica constante de la presencia de Dios. Vivir así, bajo su mirada, nos hará libres. Con demasiada frecuencia vivimos bajo la mirada de los demás (por el temor a ser juzgados o por el afán de ser admirados), o bajo nuestra propia mirada (de complacencia o de autoacusación), pero solamente alcanzaremos la libertad interior cuando hayamos aprendido a vivir bajo la mirada amante y misericordiosa del Señor.
Aún habría mucho que decir sobre el tema del lazo entre la oración y todos los demás aspectos del itinerario espiritual que, evidentemente, no pueden disociarse. Más adelante abordaremos algunos, pero, de momento, remitimos a la mejor fuente, especialmente a aquellos en los que la Iglesia ha reconocido una gracia especial de enseñanza en este terreno: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Francisco de Sales, Teresa de Lisieux, por no citar más que algunos nombres.
Todo lo dicho hasta ahora no responde todavía a esta pregunta. ¿cómo debemos hacer oración? ¿Cómo, concretamente, hemos de ocupar el tiempo dedicado a esta práctica? No tardaremos en dar la respuesta.
Sin embargo, era indispensable empezar por esta introducción, pues los comentarios expuestos, además de ayudar a superar los obstáculos, describen cierto clima espiritual indispensable de adquirir, pues condiciona la sinceridad de nuestra oración y su progreso.
Además, una vez comprendidos los aspectos que hemos esbozado, muchos falsos problemas relativos a la pregunta «¿qué he de hacer para orar bien?», caen por su peso.
Las actitudes descritas no están fundadas en la sabiduría humana, sino en el Evangelio. Son actitudes de fe, de abandono confiado en las manos de Dios, de pobreza de corazón, de infancia espiritual. Como habrá advertido el lector, esas actitudes deben ser la base no sólo de la vida de oración, sino de toda nuestra existencia. Ahí se revela también el estrecho lazo que existe entre la oración y la vida en su conjunto: la oración es una escuela, un ejercicio en el que comprendemos y practicamos algunos comportamientos -profundizando en ellos- cara al mundo y a nosotros mismos, y que poco a poco se convierten en el fundamento de nuestro modo de ser y de actuar. La oración crea en nosotros un «rasgo» de nuestro ser, rasgo que conservamos después en todo lo que tenemos que vivir y que nos permite, poco a poco, acceder a la paz, a la libertad interior, al verdadero amor a Dios y al prójimo en cualquier circunstancia. La oración es una escuela de amor, porque todas las virtudes que se practican en ella son las que permiten el crecimiento del amor en nuestro corazón. De ahí su vital importancia.