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De la oración nace la compasión con el prójimo
La oración, camino de amor, Jacques Philippe
Uno de los mejores frutos de la oración (y un criterio de discernimiento de su autenticidad) es hacernos crecer en el amor al prójimo.
Si nuestra oración es verdadera (veremos más adelante lo que eso significa), nos acerca a Dios, nos une a Él, y nos hace percibir y compartir el amor infinito que tiene a cada una de sus criaturas. La oración dilata y enternece el corazón. Donde falta la oración, los corazones se endurecen y el amor se enfría. Habría mucho que decir a este propósito, y se podrían aportar muchos testimonios. Me contentaré sencillamente con citar un bello texto de san Juan de la Cruz, un maestro de la mística, pero también (contra lo que han supuesto algunos) uno de los hombres más tiernos y compasivos que el mundo haya conocido.
Es evidente verdad que la compasión de los prójimos tanto más crece cuanto más el alma se junta con Dios por amor; porque cuanto más ama, tanto más desea que ese mismo Dios sea de todos amado y honrado. Y cuanto más lo desea, tanto más trabaja por ello, así en la oración como en todos los otros ejercicios necesarios y a él posibles. Y tanto es el fervor y fuerza de su caridad, que los tales poseídos de Dios no se pueden estrechar ni contentar con su propia y sola ganancia; antes pareciéndoles poco el ir solos al cielo procuran con ansias y celestiales afectos y diligencias exquisitas llevar muchos al cielo consigo. Lo cual nace del grande amor que tienen a su Dios, y es propio fruto y efecto éste de la perfecta oración y contemplación.
JACQUES PHILIPPE