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La oración construye nuestra unidad de vida
La oración, camino de amor, Jacques Philippe
A lo largo del tiempo, si somos fieles, la oración se revela como un maravilloso «centro unificador» de nuestra vida. En el encuentro con Dios, la entrega confiada en sus manos de Padre constituye nuestra existencia día tras día; acontecimientos y circunstancias diversas por las que atravesamos, todo es como «digerido» poco a poco, integrado, arrancado al caos, a la dispersión, a la incoherencia. La vida encuentra entonces su unidad profunda. Dios es el Dios Uno, y el que unifica nuestro corazón, nuestra personalidad, toda nuestra existencia. El salmo 86, 11 formula esta bella petición: Mantén mi corazón entero en el temor de tu nombre. Gracias al encuentro regular con Dios en la oración, todo se convierte en positivo: nuestros deseos, nuestra buena voluntad, nuestros esfuerzos, pero también nuestra pobreza, nuestros errores, nuestros pecados. Las circunstancias felices o desgraciadas, las elecciones buenas o malas, todo queda como «recapitulado» en Cristo, y se abre a la gracia. Todo acaba por cobrar sentido e integrarse en un camino de crecimiento en el amor. El amor es tan poderoso en obras que sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que encuentra en mí, dice santa Teresa del Niño Jesús comentando a san Juan de la Cruz.
En los relatos de la infancia de Jesús, el Evangelio de Lucas nos dice: María guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón (Lc 2, 19). Y también: Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51). Todo lo que María vivía –las gracias recibidas, las palabras que oía, los sucesos por los que pasaba, tanto luminosos como dolorosos o incomprensibles–, lo conservaba en su corazón y en su oración, y todo acababa cobrando sentido algún día, no en virtud de un análisis intelectual, sino gracias a su oración interior. No daba vueltas a las cosas en su cabeza, sino que las guardaba en un corazón confiado y orante, en el que todo terminaba por encontrar su sitio, por unificarse y simplificarse.
Por el contrario, sin fidelidad a la cita de la oración, nuestra vida corre el riesgo de no encontrar su coherencia: El que no recoge conmigo desparrama, dice Jesús (Mt 12, 30).
JACQUES PHILIPPE