Página inicio

-

Agenda

21 noviembre 2026

MARIA.DECIR QUE SÍ AL AMOR

DECIR QUE SÍ AL AMOR

¿No ardes ya en deseos de gritar ese sí al Amor? Pues hazlo. Y si estás solo puedes hacerlo con toda la fuerza de tus pulmones. Si estás acompañado, hazlo con toda la fuerza de tu corazón, en silencio. O quizá sea oportuno decirle a quien esté a tu lado: «¿No sabes?, me he enterado de que Dios me quiere y le he dicho que Sí, ¿por qué no haces tú lo mismo?» Y esto, que es tan bueno —aunque no lo sea siempre y a todas horas, como ya se sabe—, puedes y debes hacerlo a tu manera muchas veces, con los que te rodean o se cruzan en tu camino. Porque es preciso llevar a todos a ese Sí incondicional a lo único que es siempre y absolutamente bueno: Dios con su amabilísima Voluntad. Un sí que nos llevará al Cielo, donde nunca habremos de decir que no, porque todo estará en orden, el pecado vencido para siempre y nuestros apetitos perfectamente ordenados a lo que sea bueno en cada momento. Estaremos inmersos en el Amor que es la gran afirmación, el gran Sí que nos hará felices para siempre.
Más vale negarse ahora alegremente en algunas cosas, que pasarse la eternidad negándonos al Amor, con un no obstinado y absurdo. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame», nos dice el Señor El nos dio ejemplo, negándose a sí mismo cuando pasó por la tierra: dijo no a su comodidad; no a muchos placeres legítimos; no a Satanás, cuando le tentaba en el desierto; no a Simón Pedro, cuando trataba de disuardirle de pasar por la cruz; no a la gloria humana, cuando pretendían hacerle rey de este mundo; no a su poder divino para dis¬frutar de bienes terrenos... El Señor estaba acostumbrado a decir que no. Y todos esos noes no eran otra cosa que el reverso de la medalla de un Sí grande y amoroso al Padre celestial, a nuestra redención, a nuestras ansias de amor y felicidad eternas.
¿Recuerdas? «He aquí que estoy a tu puerta y llamo»El Amor llama. Y si le abres, el Amor pasa y te invade. Y el Amor va pidiendo amor, porque amor con amor se paga. Y al amor bueno hay qué decirle siempre que sí (que es la respuesta amorosa por excelencia). Y el Amor del que ahora hablamos siempre es bueno. Y reclama nuestro sí a través de mil cosas, acontecimientos, personas. Pide amor en el estudio o en el trabajo manual o intelectual y en el trato con los demás. Y como obras son amores, el Amor te va pidiendo que trabajes mejor, con más perfección —tal vez con más orden o con más intensidad—; que pongas eso, orden en tu vida, en tus ideas, en tu habitación, en tu armario, en tus libros, en tus conversaciones, en tu imaginación, en tu voluntad, en tus gestos; en una palabra, en tu alma y en tu cuerpo. Así, por ejemplo, cuando estás perdiendo el tiempo, si has abierto tus puertas al Amor, Dios —desde el fondo de tu corazón, lugar del amor— te insinúa que te apresures a aprovecharlo bien; es una sugerencia amorosa y la respuesta debe ser inmediata: . Cuando estás haciendo oración y notas que tu oración decae, Dios —el Amor— te llama y pide que redobles tu atención, que le mires, quizá sin decir nada, pero con amor, con un sí incondicional. Entonces tu respuesta, como siempre, puede ser un sí o un no. Puede suceder que te parezca que lo que el Amor te pide es algo pequeño, diminuto, de exigua importancia. Y entonces corres el riesgo de pensar que es algo que no afecta al Amor por parecerte una menudencia sin relieve. Cierras tus oídos para no escuchar la voz del Amor: es un no, si quieres, con la boca chica, un no pequeño, tímido, sin rotundidad. Pero, en cualquier caso importante, pues, como dice Pedro Salinas:
A veces un no niega
más de lo que quería, se hace múltiple.

Pensábamos, tal vez, que sería un no solo, sin consecuencias; pero un no va casi siempre seguido de otros que pueden ir aumentando el calibre. Por lo menos es prudente aseverar que nunca se sabe qué otros noes arrastrará consigo.
Se dice no, no iré
y se destejen infinitas tramas
tejidas por los síes lentamente.

No pensamos en las cosas que puede destejer un no. Esa trama que vamos tejiendo día a día, a base de muchos síes a lo largo de la jornada, lenta y costosamente: un sí y otro sí y otro... Y de pronto un ¡no! que lo deshace todo, que todo lo desteje, o, al menos, nos impide mostrar a Dios, sin rubor, nuestra obra diaria. Hemos preferido un egoísmo, alguna compensación, porque nos hemos cansado de decir que sí al Amor. Como algunos que se cansan de poseer el tesoro del amor que habían conseguido en el sacramento del matrimonio, porque no han sabido desempolvarlo cada mañana y darle brillo. Y, entonces —¡Qué difícil saber a dónde hiere un no!...-—, no se conforman con destruir su hogar, sino que pretenden destruirlos todos, facilitando el cansancio, abriendo la puerta del divorcio a todos los egoístas del país... en nombre de la democracia. Y así, la «democracia» se va convirtiendo en pornocracia, como la experiencia comprueba sin que deba maravillarnos, pues hay también una lógica interna en el sucederse de los acontecimientos que protagoniza el egoísmo humano. Se prohibirá cantar al amor que tenga ansias de eternidad, y se estimulará la zafiedad, la egolatría y la prostitución. Se darán todas las facilidades y hasta se coaccionará a los hombres a decir que no a su Creador.
A veces un no parece no herir a nada ni a nadie. Pero su alcance puede ser larguísimo, si no reaccionamos a tiempo, como aquel hijo de la parábola divina, que dijo que no iría a la viña, pero que después, consciente de su error, tuvo la valentía de rectificar y fue.
Un no da miedo.
Sobre todo si es a Dios a quien se dirige.
Hay que dejarlo siempre al borde de los labios y dudarlo.
Mejor: hay que negarlo, cuando se trata de responder a Dios. Hay que negar el no y cambiarlo inmediatamente por un sí clamoroso. No podemos pasarnos la vida, con el tejido de nuestra santidad, como Penélope con el suyo: tejiendo y destejiendo: ahora un sí y después un no. ¡Acostúmbrate a decir que sí a Dios! Y verás qué maravilloso tejido resulta. Si alguna vez se nos escapa un no —que sucederá— iremos corriendo al Sacramento de la Penitencia, instituido por Jesucristo para borrar cualquier no, por monstruoso que haya sido. Y así, el tejido será cada día más perfecto y tendremos la seguridad de que consumaremos una auténtica obra de arte. No sin la ayuda de nuestra Madre, Santa María, que tanto sabe de esos menesteres, y de lo que cuesta un sí, en ocasiones, como cuando se hallaba al pie de la Cruz diciendo que sí al sacrificio de su Hijo (si hubiera sido suyo el dolor, hubiera sido más liviano para Ella, pero era de su Hijo el dolor, y esto sí que le costaba más que cualquier otra cosa). Junto a la Virgen, aprenderemos a decir siempre que sí —fiat!— al Amor.
ANTONIO OROZCO