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ACOSTUMBRARSE A DECIR QUE NO
Todos, en la tierra, hemos de prescindir de muchas cosas buenas. Ya sea porque se hallan fuera de nuestro alcance, ya sea porque no son buenas para nosotros, aquí y ahora, o porque no son buenas para nosotros en absoluto. Por eso se lee en Camino: «Acostúmbrate a decir que no». Es bueno acostumbrarse a decir que no a las criaturas buenas, pero que no necesitamos, porque así nos será normalmente bastante fácil decir que no a las que encierran algún mal para nosotros. Si ahora eso nos cuesta esfuerzo es porque nuestros primeros padres no supieron, no quisieron, decir que no al fruto prohibido cuando era fácil. Si vamos diciendo que sí a todos y a todo, es seguro que estamos diciendo que no a nuestro Padre Dios, y éste es el único no intolerable, que jamás debe salir de nuestras labios, porque sería una ofensa, tal vez grave, al Amor, y un sí a Satanás que utiliza la bondad y la belleza de las criaturas de Dios para arrastrarnos tras de sí, con su diabólico no a Dios, con su soberbio no, que le está reconcomiendo sin cesar y hace de él la criatura infinitamente desdichada y llena de odio.
Cuando un sí a una criatura (persona o cosa) es incompatible con ún sí a Dios, es claro que hay que decir que no a la criatura, para decir un sí a Dios igualmente rotundo; un sí lleno de amor, porque Dios es el Amor infinitamente puro, infinitamente grande, infinitamente generoso. Y por eso nuestro sí a Dios ha de ser un sí sin reservas, sin condiciones, sin vacilaciones. Un sí vibrante, que quisiéramos que fuera infinito y que resonara por todo el universo e invitara a todas las gentes a unirse a nuestro sí.
ANTONIO OROZCO