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FIDELIDAD
Reflexionemos un poco en esto: la más humilde de las criaturas ha llegado al colmo insoñado de la gloria eterna. ¿Es posible hallar en su quintaesencia la razón de ese proceso singular? ¿Qué ha hecho la Virgen para llegar a ser quien es? Podría expresarse, seguramente, con estas palabras: un sí constante radicado en el Amor; el fiat — ¡hágase!— que tuvo siempre a flor de labios en espera de los requerimientos divinos.
Claro que todo lo bueno es obra de Dios, que es quien pone en nosotros el querer y el obrar. Y es obra de Dios, ante todo, la pulcritud inmaculada de la naturaleza humana de la Virgen; y en esto, Ella es una criatura singularísima.
Sin embargo, la ausencia de la más mínima inclinación al pecado, no resta, en modo alguno, mérito a su fiat incondicional. Ya que la criatura perfecta goza también de perfecta libertad y de la consiguiente responsabilidad. El sí constante no fue nada fácil. Más aún, tuvo momentos de máxima dificultad, como hemos tenido ocasión de comprobar. Su querer y su obrar fueron obra de Dios, pero Ella tuvo que poner siempre en juego su libertad. Esa combinación de la acción de Dios y de la criatura, convergentes en un mismo acto, es algo misterioso, pero ciertamente real. Un punto conflictivo para las diversas escuelas de filosofía cristiana que tratan de explicarlo de diferentes maneras, pero que no pueden dejar de admitir como un hecho cierto, puesto que es un dato de fe. No es momento, ahora, para descender a sus honduras. Pero es un dato que debemos tener en cuenta para proseguir en nuestras reflexiones.
La Virgen realizó (con el concurso divino y la acción de la gracia) el más alto e inusitado designio de Dios. Al realizar ese designio, se realizaba a sí misma.
ANTONIO OROZCO