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Santa María Faustina Kowalska
Extraído de su Diario sobre la Divina Misericordia
Poco después me enfermé, La querida Madre Superiora me mandó de vacaciones junto con otras dos hermanas a Skolimów, muy cerquita de Varsovia. En aquel tiempo le pregunté a Jesús : ¿Por quién debo rezar todavía? Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quién debía rezar.
Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, sólo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mí no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimamente que su mayor tormento era la añoranza de Dios. Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio. Las almas llaman a María “La Estrella del Mar”. Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. [Oí una voz interior] que me dijo: Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige. A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes.
+ Algunos de mis propósitos.
En lo que concierne a la confesión, elegiré lo que más me humilla y cuesta. A veces una pequeñez cuesta más que algo más grande. Antes de cada confesión recordaré la Pasión del Señor Jesús y con esto despertaré la contrición del corazón. Si es posible, con la gracia de Dios, ejercitarse siempre en el dolor perfecto. A esta contrición le dedicaré más tiempo. Antes de acercarme a la rejilla, entraré en el Corazón abierto y misericordiosísimo del Salvador. Cuando me aleje de la rejilla, despertaré en mi alma una gran gratitud hacia la Santísima Trinidad por este extraordinario e inconcebible milagro de la misericordia que se produce en el alma; y cuanto más miserable es mi alma, tanto mejor siento que el mar de la misericordia de Dios me absorbe y me da una enorme fuerza y fortaleza.
Cuando el Rev. Sopocko fue a la Tierra Santa, confesaba a la Comunidad el Padre jesuita, Dabrowski, Durante una confesión me preguntó si estaba consciente de la vida superior que había en mí alma y que era de un grado sumamente alto. Contesté que estaba consciente de ello y de lo que sucedía en mi interior. A esto el Padre me contestó: No le está permitido, hermana, destruirlo en su alma ni [puede] modificar nada por sí misma. No en todas las almas es evidente esta gran felicidad de la vida superior, en usted, hermana, es visible, porque es de un grado altísimo. Tenga cuidado, hermana, de no malgastar estas grandísimas gracias de Dios, grande por su [la frase interrumpida].
Al entrar en mi soledad, oí estas palabras: Defenderé como Mi gloria a cada alma que rece esta coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón. Cuando cerca de un agonizante es rezada esta coronilla, se aplaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve al alma y se conmueven las entrañas de Mi misericordia por la dolorosa Pasión de Mi Hijo.