Página inicio

-

Agenda

10 octubre 2026

MARIA. «REALIZARSE»

REALIZARSE
Eso de «realizarse» parece hoy una suerte de preocupación universal. Es palabra en boga. Y, como todas las palabras que hacen furor en un determinado momento histórico, corren el riesgo de permanecer en una peligrosa ambigüedad que se hace preciso esclarecer.
Alguien me decía hace unas semanas, ante un spot de TVE, que si le preguntáramos hoy al lobo del cuento por qué se comió a Caperucita, nos replicaría: « ¡para realizarme mejor! ». «Realizarse» ha venido a ser una de esas palabras mágicas que son como el comodín para justificar toda arbitrariedad, desatino o aberración moral. No sólo urge poseer una determinada lavadora para «realizarse», sino que parece también que hay que satisfacer todas las impertinencias de nuestros más sórdidos instintos.
Si le preguntáis a una jovencita por qué man¬tiene relaciones «inconfesables» con algún señor, podrá deciros que «para realizarse mejor». Si les preguntáis a los defensores del divorcio por qué sostienen su tesis con tanto calor, os dirán que el hombre o la mujer han de «realizarse» plenamente y no les parece que se pueda conseguir en esa entrega definitiva y creciente que exige el matrimonio de acuerdo con la ley natural y la divina. Si le preguntáis a uno de esos pocos curas (uno solo ya serían demasiados) que suspiran por casarse, por qué, seguramente os replicarían sin más: «es que tenemos que realizarnos como hombres». Si les preguntáis, en fin, a las señoras que abandonan (la palabra ya supone un modo inexcusable) su hogar —a su marido, a sus hijos—, entre¬gándose a una ocupación o diversión ajena a su misión primordial, os dirán que de otro modo no se encuentran «realizadas». Se pronuncia la palabra mágica y aparece todo justificado.
Por eso me parece oportuno analizar el significado genuino de esa palabra que va adquiriendo un saborcillo ateo (historicismo, matizado de marxismo, existencialismo o de otras cosas de semejante jaez), aunque también puede ser utilizada cándidamente, con un sentido correcto desde el punto de vista de la moral católica, pues algunos autores serios la han utilizado así.
Para acceder al significado del reflexivo «realizarse», es elemental acudir a lo que lisa y llanamente quiere decir «realizar». En los diccionarios se lee: «hacer real alguna cosa», que ha de ser proyectada previamente si es un ser inteligente el que la realiza y la realiza en tanto que inteligente. Podemos decir que, para el hombre, el modo peculiar de realizar alguna cosa, es realizarla a sabiendas, de acuerdo con alguna idea o plan (fin, propiamente) previo. Pero es claro que no se puede realizar lo que ya es real, es decir, un hecho. Solamente se puede realizar aquello que todavía no es una realidad.
«Realizarse», pues, querrá decir, hacerse real uno mismo, según algún proyecto previo. Pero no podemos realizarnos en lo que ya somos: y somos hombres o mujeres, con una naturaleza determinada, que se encuentra con un fin que es anterior a su mismo nacimiento. De la misma manera que nosotros, por inteligentes, cuando hacemos algo lo hacemos siempre en vistas a algún fin, cuando Dios (sapientísimo) nos crea, lo hace por algo. Hay un proyecto divino (designio eterno) que está presupuesto e impreso de alguna manera en nuestra naturaleza. Nacemos proyectados hacia un último fin —de hecho sobrenatural: la visión beatífica—, desde una situación muy concreta, providenciada por Dios (debida a su providencia). Dios nos crea en un determinado momento histórico, en un determinado lugar, en el seno de una madre escogida, en medio de un cúmulo de circunstancias previstas perfectamente por Dios como cauce a través del cual ha de discurrir nuestra vida con libertad y responsabilidad para acercarnos o apartarnos del verdadero fin, siguiendo o despreciando las indicaciones divinas que hallamos en el camino. El camino es muy amplio, con un dilatado margen de libertad, y puede ser recorrido de muy diversas formas. Pero hay unas señalizaciones muy precisas que no pueden ser despreciadas sin accidentes más o menos graves: leyes de Dios, leyes de la Iglesia, incluso leyes civiles (justas), que van orientando, previniendo los peligros, estimulándonos a proseguir con presteza hacia la meta: la verdadera realización de todas nuestras posibilidades de perfección humana y sobrenatural, que no es otra cosa que la santidad, la plenitud de gracia humana y divina que nos corresponde según los talentos que Dios nos concede.
ANTONIO OROZCO