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13 enero 2026

COMENTARIO AL SALMO II. Pérdida del sentido de pecado

El Papa san Juan Pablo II se refiere extensamente a esta pérdida de la conciencia moral, a la «anestesia» de las conciencias, que lleva al hombre, en el mundo contemporáneo, a perder el «sentido del pecado», y, en consecuencia'" a vivir enajenado de Dios. No teme a Dios porque no quiere creer en su existencia como Justo Juez, como Creador y Legislador Supremo. Pero se ve muchas veces asediado por ridículos temores: de la oscuridad, de la enfermedad, de la muerte... o bien temor de un gato negro, de un martes trece... No quieren guardar en su corazón el «sentido de Dios», ni pensar en el pecado, en la responsabilidad personal por los actos libres, para disolverlo todo en una ética relativista, en la cual la norma moral queda reducida a una trama compleja hecha de condicionamientos y de circunstancias.
En la Exhortación Apost. sobre la Reconciliación y Penitencia, el Papa Juan Pablo II escribe: «La pérdida del sentido del pecado es, pues una forma o un fruto de la negación de Dios: no sólo de la negación ateísta, sino también de la negación secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para llevar la propia existencia fuera de la obediencia que le es debida, pecar ,no es sólo negar a Dios; es también vivir como si El no existiera, desterrarlo de lo cotidiano. [...] Restablecer el justo sentido del pecado es la primera forma de combatir la grave crisis espiritual inminente sobre el hombre de nuestro tiempo. Pero el sentido del pecado se restablecerá solamente si el mismo hombre regresa a los principios irrevocables de la razón y de la fe, principios que la doctrina moral de la Iglesia ha defendido siempre».
Este «justo sentido del pecado» nace de un primer movimiento de temor a Dios, que es el primer paso que lleva a la conversión a Dios, un temor todavía servil e imperfecto, pero que da origen a un temor filial, un no querer ofender a Dios en nada, porque es nuestro Padre y nos ama con locura. Y del temor filial nacerá la verdadera sabiduría. Es un camino largo, el que nos conduce, desde esa primera reacción de temor ante el mal que nos causa el pecado, hasta un amor purificado/desinteresado, a Dios; pero es bien verdadero aquel proverbio de la sabiduría china que dice que el primer paso es siempre el primer paso de una larga caminata.
Esto no quiere decir de modo alguno que el cristiano sea un hombre que vive amedrentado, obcecado por la idea del castigo, de las penas, midiendo con un patrón estrecho sus acciones. El cristiano vive tan lejos de esa temeridad que es ignorar a Dios, las realidades eternas y el pecado, como de la mentalidad amedrentada y pusilánime; el cristiano ha sido llamado para el Amor, un Amor con mayúscu¬la, un Amor sin límites, un Amor cuya medida está justamente en amar sin medida. San Juan escribió que el que teme no es perfecto en el amor, afirmación que comentaba muchas veces el Fundador del Opus Dei. Con su vida, su ejemplo, su espiritualidad, ha dejado bien impresa la idea de que el cristiano, aquel que se decide a seguir verdaderamente los pasos de Jesucristo «no tiene miedo a la vida ni miedo a la muerte».
Arrepentidos y felices
Del sentimiento íntimo y profundo de nuestra filiación divina y del amor sin medida de nuestro Padre Dios, nace un «temor santo, un temor filial», que se traduce en el respeto vivo e intenso por la grandeza y majestad de Dios. Este sentido de la grandeza de Dios, en contraste con nuestra pequeñez de criaturas hechas de la nada, nos lleva a una profunda adoración, a una rendición incondicional de la criatura delante de su Creador. Es este «temor filial» que nos lleva a detestar el pecado, porque nos hace ver con una extrema lucidez la tremenda ofensa a Dios: "Timor Domini sanctus"_-Santo es el temor de Dios. -Temor que es veneración del hijo para con su Padre, nunca temor servil, porque tu Padre-Dios no es un tirano» (Camino, n. 435).
Este es el único mal que debemos temer en este mundo: la ofensa a Dios. Por eso el cristiano auténtico debe vivir en continua vigilancia, con el alma en «carne viva», con una sensibilidad aguda para detectar todo lo que, dentro de sí mismo, en su vida, en su comportamiento pueda desagradar a Dios! Esta vigilancia le lleva a huir y evitar situaciones ambi¬guas, indiferentismos, neutralidades, que deforman y ciegan la conciencia y muchas veces la anestesian, como escribe el Papa Juan Pablo II. Son situaciones peligrosas de aflojamiento interior, de anemia espiritual, de falta de capacidad de reacción:
«Me duele ver el peligro de tibieza en que te encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado.
-Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: "confige timore tuo carnes meas!" -¡dame, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar!» (Camino, n. 326).
La reacción es una humildad constante, un espíritu contrito que nos lleva a servir al Señor con temor, y ensalzarle con temblor santo (Ps 2; 11). De este modo viviremos, no preocupados, ni angustiados, sino felices, con una felicidad que nada ni nadie nos podrá robar.