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EL PUDOR
En un sentido genérico, puede decirse que el pudor es la tendencia natural a la reserva de lo íntimo. Es una defensa espontánea frente a la posible intromisión ajena a la esfera de la intimidad. Allí donde hay intimidad brota el pudor. La intimidad, de por sí, se recata, se reserva, se oculta en su propio misterio, consciente del alto valor que posee. En rigor, lo íntimo se identifica con lo personal. Por ello en los «ambientes íntimos» es donde la persona se halla más a gusto y se manifiesta libremente, sin temor a perderse o a ser interpretada como ella no es.
Hay cosas que sólo pueden manifestarse en-, la intimidad, precisamente porque están muy estrechamente vinculadas con lo más hondo: —lo más íntimo— de la persona, hasta el punto de definirla de algún modo. Al hacerse público, lo íntimo deja de serlo, se pierde como tal, y la persona se encuentra violentada, como si algo muy precioso se le hubiera escapada , o arrebatado; como si una parte de sí misma se hubiera desgarrado y perdido, por lo mismo que ha pasado a ser de «dominio público». La pérdida de las cosas íntimas equivale a perder el dominio, el señorío sobre uno mismo. Y el pudor es, precisamente, la tendencia natural —manifestada en un sentimiento del corazón, que a veces se sube a la cara y la pone colorada— a defender el dominio, sobre lo más mío: no las cosas mías, sino ya mismo en cuanto poseo una vida íntima que sólo tiene valor para mí, y acaso para aquellas personas que me están tan allegadas que, son como una prolongación, de mi yo.
Desvelar la intimidad, si no se hace en un ámbito íntimo, es perderla,y perderse a sí mismo, dejar de ser dueño de lo más valioso de la propia vida. Así se entiende que cuanto más rica es una personalidad, más intimidad tiene, más amplitud y valor, tiene lo íntimo; y por ello el sentido del pudor es más fuerte.
Las personas frivolas, de vida interior menesterosa y rudimentaria, son fácilmente proclives a descubrir, su intimidad, precisamente por ser algo muy pobre, muy poco valioso a sus ojos. Aunque son egoístas, no se aprecian en lo que valen, no tienen conciencia de su dignidad singular, y así no temen perderse —creen tener poca cosa que perder— ante las miradas igualmente frívolas de los que se interesan por esas intimidades tan vacías e inconsistentes.
Pues: bien, aunque el pudor es una defensa natural ante cualquier violación de la intimidad, tiene especial importancia como defensa ante la agresividad de índole sexual a la que la persona podría verse sometida de no adoptar ciertas medidas indispensables. El pudor ponesobre aviso ante los peligros para la pureza y las amenazas contra el recto gobierno del instinto sexual, tanto cuando estos peligros proceden del exterior como cuando vienen de la propia vida personal íntima, que también pide reserva o sustracción a los ojos de los demás, y cautela ante los propios sentidos. De esta suerte, el pudor actúa como moderador del apetito sexual y sirve a la persona para desenvolverse en su totalidad, sin reducirse al angosto ámbito de lo sexual, sino abriéndose al horizonte específicamente humano, espiritual.
El que sabe —o la que sabe— lo que vale su propio cuerpo, cuando se aproxima a la adultez, espontáneamente teme exhibirlo. Su cuerpo no es un cuerpo cualquiera: es un cuerpo personal, es su cuerpo, que no debe exponerse al dominio público, porque —se intuye— ello sería tanto como perderse en cuanto persona; sería convertirse en «una cualquiera». Se ha dicho que «el pudor en cubrir el propio cuerpo significa que el propio cuerpo se tiene en posesión, que no (se) está dispuesto a compartirlo con todo el mundo y que, por consiguiente, se está en condiciones de entregarlo a una persona o de no entregarlo a nadie. Este es el sentido que tiene el celo que manifiesta el marido o el novio por la decencia en el vestir de su esposa o de su prometida».
ANTONIO OROZCO