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Ignacio Domínguez
Elementos esenciales de la disciplina: la ciencia y la vida
Dos son los elementos esenciales de la disciplina: la ciencia y la vida. Dice San Agustín: Disciplina duas partes habet: una, la vida; otra, la erudición. No basta el conocimiento puramente teórico, de la fe. La perfección cristiana incluye ciertamente el conocimiento de la doctrina revelada por Dios y mantenida en la Iglesia, pero exige también un estilo de vida coherente con la fe.
Por eso, cuando cierta vez le preguntaron a Monseñor Escrivá de Balaguer qué compromisos asume cada socio para realizar los fines del Opus Dei, dijo: «Quien recibe de Dios la vocación específica al Opus Dei sabe y vive que debe alcanzar la santi¬dad en su propio estado, en el ejercicio de su trabajo, manual o intelectual. He dicho sabe y vive, porque no se trata de aceptar un simple postulado teórico, sino de realizarlo día a día, en la vida ordinaria.
»Querer alcanzar la santidad —a pesar de los errores y de las miserias personales, que durarán mientras vivamos— significa esforzarse, con la gracia de Dios, en vivir la caridad, plenitud de la ley y vínculo de la perfección. La caridad no es algo abstracto; quiere decir entrega real y total al servicio de Dios y de todos los hombres; de ese Dios, que nos habla en el silencio de la oración y en el rumor del mundo; de esos hombres, cuya existencia se entrecruza con la nuestra.
»Viviendo la caridad —el Amor— se viven todas las virtudes humanas y sobrenaturales del cristiano, que forman una unidad y que no se pueden reducir a enumeraciones exhaustivas. La caridad exige que se viva la justicia, la solidaridad, la responsabilidad familiar y social, la pobreza, la alegría, la castidad, la amistad...
»Se ve en seguida que la práctica de estas virtudes lleva al apostolado. Es más: ya es apostolado. Porque, al procurar vivir así en medio del trabajo diario, la conducta cristiana se hace un buen ejemplo, testimonio, ayuda concreta y eficaz; [...].
»Todos los socios del Opus Dei tienen este mismo afán de santidad y de apostolado» (Conversaciones).
Esta es la disciplina de que nos habla hoy el Salmo 2: es el fermento escondido en la masa, el grano de mostaza que llega a ser árbol frondoso, es el tesoro encontrado que llena de gozo y es la red barredera que a todos acoge.
El alma busca en todas las cosas el reino de Dios y su justicia: está dispuesta a gastarse y desgastarse, como pedía San Pablo; dispuesta a quemar las naves, al igual que Hernán Cortés; dispuesta a perder la vida —grano de trigo en el surco— para dar frutos de amor.
Esta es la disciplina. Y «si actuamos de verdad así, si dejamos entrar en nuestro corazón la llamada de Dios, podremos repetir también con verdad que no caminamos en tinieblas, pues por encima de nuestras miserias y nuestros defectos personales, brilla la luz de Dios». Y podremos gritar: «¿Coger bien el espíritu...? ¡Magnífico de verdad! Ese espíritu es fortaleza ciclópea: y no habrá obstáculo que no podamos vencer».
Terminamos la oración.
La disciplina la aprendemos de Cristo. Y también de la Virgen.
En aquella hora del Calvario, accepit eam discipulus in sua, en su casa... ¡Cuántas cosas le contaría la Virgen Santísima a Juan, el discípulo amado, y a los demás Apóstoles!... De ella aprenderían tanto y tanto.
La Virgen María es «maestra de oración», «maestra del sacrificio escondido y silencioso»... «Aprende de ella a vivir con naturalidad».