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Ignacio Domínguez
«intelligite... erudiminl»... El coraje de la verdad
Entended
El segundo enemigo del hombre es el mundo. Y de él nos libera igualmente la Cruz. Pero también aquí, lo mismo que en la meditación anterior, es necesario hacer una distinción. Y es ésta: Así como cada uno de nosotros es de carne, pero no debe ser carnal, así también cada uno de nosotros está en el mundo, pero no debe ser mundano, es decir, no debe configurarse según el estilo del mundo: Nolite conforman huic mundo.
El mundo, por tanto, posee dos caras, dos valencias, dos dimensiones distintas:
— Mundo es el lugar elegido por el Hijo de Dios para hacerse hombre; pero mundo es también el que no ha conocido al Señor de la Gloria.
Mundo es el campo donde el Hijo del hombre siembra la buena semilla; pero es también el campo donde el demonio siembra zizaña.
Mundo es el ámbito donde se proclama la Buena Nueva del Evangelio; pero es también donde abundan los escándalos que lo llevarán a perdición.
Mundo son los que se van tras Jesucristo (mundus totus post illum abiit) (Jn 12, 19), y mundo también el que aborrece a Cristo (oderunt me gratis) (Jn 15, 24).
Mundo es el que acepta a Cristo como Rey (Ego sum Rex), y mundo el que tiene su príncipe (princeps huius mundi) que ha de ser condenado (Jn 16, 11).
Mundo son todos aquellos por quienes Cristo ruega al Padre; y mundo también aquellos por quienes Cristo no oró (Pro eis rogo: non pro mundo rogo) (Jn 17, 9).
La percepción de estas dos dimensiones del mundo puede no ser fácil.
De ahí la insistencia del salmista: Intelligite... erudimini...
Intelligite... intus legite... No os quedéis en la superficie de las realidades, entrad en ellas. «En todo hombre hay un santo y un criminal», decía Lacordaire. El criminal —como la mala hierba— crece por sí solo; la santidad es planta delicada: requiere un clima, unos cuidados... Pero ¡vale la pena!: sólo la santidad verdadera produce frutos de eternidad.
Erudimini...erudire: salir de la rudeza, de la incomprensión, de la brutalidad...
Ya lo detectaba Tertuliano en los primeros si¬glos: Si el Tiber se desborda... ¡los cristianos a las fieras! Si el Nilo no se desborda... ¡los cristianos a las fieras! En cualquier caso, un grito brutal del mundo: Cristiani non sint: ¡Mueran los cristianos! Es necesario borrar la idea de Cristo Rey, es necesario demoler su monte santo, la Iglesia.
Intelligite... erudimini... Jesús quiere liberarnos de la dimensión mala del mundo: «Todo cuanto hay en el mundo —en su dimensión mala— es: concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum et superbia vitae» (1 Jn 2, 16): concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos, y soberbia.
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?, clama el Apóstol (Rom 7, 24).
La respuesta es: Jesucristo.
¿Quién me librará de estos ojos plenos adulterii et incessabilis delicti? (2 Pdr 2, 5): ojos llenos de impureza y de maldad.
Y la respuesta es la misma: Jesucristo.
¿Quién nos librará de esta soberbia maldita que nos empuja por caminos tortuosos, lejos de la salvación? (Sab 5, 7-8).
Jesucristo, siempre Jesucristo.
No existe otro nombre, en el que podamos ser salvados, que el nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Confidite: ego vici mundum: Confiad, yo he vencido al mundo.