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12 julio 2026

TIEMPO PARA DIOS La oración en los santos

La oración en los santos

Santa Teresa de Lisieux describe de la manera más hermosa y más completa ese lazo entre el amor personal por Dios vivido en la oración y el misterio de la Iglesia. Entra en el carmelo para «rezar por los sacerdotes y por los grandes pecadores» y el momento fundamental de su vida será aquel en que des¬cubrirá su vocación: ella, que desea tener todas las vocaciones porque quiere amar a Jesús con locura y servir a la Iglesia de todos los modos posibles, y cuyos deseos desproporcionado s son un martirio, sólo encontrará la paz cuando la Escritura le haga comprender que el mayor servicio que puede prestar a la Iglesia y el que contiene a todos los demás, es el de mantener en ella el fuego del amor:
«... sin este amor, los misioneros dejarán de anunciar el Evangelio, los mártires de entregar su vida... Por fin he descubierto mi vocación: en el corazón de la Iglesia, mi madre, ¡yo seré el amor!»
Esto se comprueba sobre todo en la oración:
«Yo siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, más diré: Atráeme, cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre resto de hierro inútil si me alejara del brasero divino), más rápidamente acudirán al olor de los perfumes de su Amado, porque un alma abrasada de Amor no puede permanecer inactiva. Como María Magdalena, se postra a los pies de Jesús y escucha su palabra dulce e inflamada. Aunque parece no dar nada, da mucho más que Marta, que se preocupa por muchas cosas y desea que su hermana la imite... Todos los santos lo han comprendido así y quizá especialmente los que llenaron el universo con la luz de la doctrina evangélica. ¿Acaso no fue de la oración de donde los santos Pablo, Agustín, Juan de la Cruz, Tomás de Aquino, Francisco, Domingo y tantos otros ilustres Amigos de Dios obtuvieron esta ciencia divina que fascinó a los grandes genios? Un sabio ha dicho: "Dadme una palanca y moveré el mundo". Lo que Arquímedes no logró, porque su petición no iba dirigida a Dios y sólo estaba hecha desde un punto de vista material, los santos lo consiguieron en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio como punto de apoyo: a ÉL MISMO Y SÓLO A ÉL; por palanca, la oración, que abrasa con su fuego de amor; y así es como han movido el mundo; así es como lo mueven los santos todavía militantes; y los futuros santos lo moverán también hasta el fin del mundo.»
La vida de Teresa presenta este bello misterio: Teresa nunca quiso vivir más que una cosa, un trato de corazón a corazón con Jesús; pero cuanto más entra en ese corazón, cuanto más se centra en el amor de Jesús, cuanto más se agranda y dilata su corazón al mismo tiempo en el amor a la Iglesia, su corazón se hace grande como la Iglesia, por encima de los límites del espacio y del tiempo. Por otra parte, es el único modo de comprender realmente a la Iglesia. Quien no vive en su plegaria una oración esponsal con Dios, nunca comprenderá realmente a la Iglesia, no captará su profunda identidad. Porque ella es la Esposa de Cristo.
En la oración, Dios se comunica con el alma y le transmite su deseo de que todos los hombres se salven. Nuestro corazón se identifica con el Corazón de Jesús, comparte su amor por su Esposa que es la Iglesia y su sed de dar su vida por ella y por toda la humanidad. «Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo», nos dice San Pablo. Sin la oración, esta identificación con Cristo es imposible.
El hecho de haber puesto en evidencia el profundo lazo de corazón a corazón con Jesús en la oración, y la inserción en el corazón de la Iglesia ha sido la característica propia del Carmelo. Indudablemente, podemos ver en ello una gracia mariana: ¿no es el Carmelo la primera orden mariana de Occidente? ¿Quién, que no sea María, la Esposa por excelencia y figura de la Iglesia, podría introducimos en estas profundidades?
JACQUES PHILIPPE