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25 junio 2026

EUCARISTÍA

Enseñar a honrar a Dios y a luchar por agradarle

Aprender de los niños es aprender del Maestro, que tomó carne de Niño por amor nuestro. La Sabiduría increada se abajo a nuestro modo de conocer, ínfimo y sujeto a lo sensible; se avino a las leyes de nuestro razonar y discurrir, lento y progresivo; aceptó crecer en edad, sabiduría y gracia como todos los hombres, que nacen en la debilidad, inermes (cfr. Lc 2, 52). Pero a diferencia de los hombres, el Maestro, en la plenitud perfecta de la madurez humana, siguió siendo Niño: ante su Padre eterno (cfr. Hch 4, 27) y ante nosotros, pues aceptó ser pobre y ser tratado como un cordero manso llevado al matadero, como una oveja que permanece muda ante el trasquilador (cfr. Is 53, 7).
Enseñaba san Máximo de Turín: «Esto dice el Señor a los Apóstoles: "Si no os hacéis semejantes a este niño"... No les dice: como estos niños; sino: como este niño. Elige uno, propone sólo a uno como modelo. ¿Cuál es este discípulo que pone como ejemplo a sus discípulos? No creo que un chiquillo del pueblo, uno de la masa de los hombres, sea propuesto como modelo de santidad a los Apóstoles y al mundo entero. No creo que este niño venga de la tierra, sino del Cielo. Es aquél de quien habla el profeta Isaías: "Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado" (Is 9, 5). Este es el chiquillo inocente que no sabe responder al insulto con el insulto, a los golpes con el golpe. Mucho más aún: en plena agonía reza por sus enemigos: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 24). De este modo, en su profunda gracia, el Señor rebosa de esta sencillez que la naturaleza reserva a los niños. Este niño es el que pide a los pequeños que le imiten y le sigan: "Toma tu cruz y sígueme" (Mt 16, 24)» (San Máximo de Turín, Homilía 54).
«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). También en el lavatorio de los pies nuestro Maestro se pone explícitamente de modelo, de ejemplo en la mansedumbre y en la humildad, que son virtudes que especialmente nos cuesta vivir, porque quizá son las que entendemos menos.
El Maestro humilde y manso insiste: dejad que ellos vengan a mí, aprended vosotros de mí. La alianza de los cónyuges, injertada en la de Cristo con su Iglesia, lleva a esta conclusión: los esposos hacen las veces de Jesús ante los hijos. Dios se ha servido de los esposos -de su capacidad de engendrar, que es como una participación en el poder creador (Es Cristo que pasa, n. 24)- para dar la vida a nuevas criaturas humanas; y Cristo también quiere servirse de ellos para que les orienten y eduquen como El -nuestro Maestro y modelo- desea. Por eso, no basta que los esposos enseñen, además deben dar ejemplo. Han de repetir lo que Cristo ha dicho y vivir como El.
«En la obra educativa, y especialmente en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado, es central en concreto la figura del testigo: se transforma en punto de referencia precisamente porque sabe dar razón de la esperanza que sostiene su vida (cfr. 1 Pe 3, 15), está personalmente comprometido con la verdad que propone. El testigo, por otra parte, no remite nunca a sí mismo, sino a algo, o mejor, a Alguien más grande que él, a quien ha encontrado y cuya bondad, digna de confianza, ha experimentado. Así, para todo educador y testigo, el modelo insuperable es Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no decía nada por sí mismo, sino que hablaba como el Padre le había enseñado (cfr. Jn 8, 28).
»Por este motivo, en la base de la formación de la persona cristiana y de la transmisión de la fe está necesariamente la oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en Él del rostro del Padre. Y lo mismo vale, evidentemente, para todo nuestro compromiso misionero, en particular para la pastoral familiar. Así pues, la Familia de Nazaret ha de ser para nuestras familias y para nuestras comunidades objeto de oración constante y confiada, además de modelo de vida» (Benedicto XVI, Discurso en la apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6-V I-2005).
Las palabras que no van seguidas de una conducta coherente, pueden tener alguna eficacia al principio, después terminan cayendo sistemáticamente en el vacío, porque carecen de credibilidad. En cambio, ¡qué elocuentes las palabras cortas que se traducen en obras consecuentes! Naturalmente, no se trata de vivir como en un escaparate, ni rígidamente atentos a no equivocarse, a no contradecirse. Aprender de Cristo es lo más opuesto a perder espontaneidad: significa ciertamente permanecer atentos a obrar bien, pero a la vez significa obrar con sencillez. No las miremos como cosas incompatibles, porque precisamente permite unirlas la capacidad de rectificar, de corregirse. ¡No pueden olvidar los padres que - si su conducta ha carecido de coherencia y la familia lo ha presenciado- aleccionan también a los hijos cuando rectifican delante de ellos, cuando reconocen que se han equivocado y se corrigen! Ese comportamiento encierra una gran lección: la lección de su lucha sincera por actuar bien, sin hipocresías. ¡Qué contento estará el Maestro con esos padres, tan distintos de aquellos fariseos que le apenaban porque no querían ni buscaban convertirse! (cfr. Mt 23).
JAVIER ECHEVARRÍA