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Cómo rezar
Cuando no sabemos cómo rezar, es muy sencillo proceder de ese modo: recojámonos, hagamos el silencio y entremos en nuestro propio corazón, bajemos a nuestro interior, reunámonos con esa presencia de Jesús que habita en nosotros y permanezcamos tranquilamente con Él. No le dejemos solo, hagámosle compañía lo mejor que podamos. Y si perseveramos en este ejercicio, no tardaremos en descubrir la realidad de lo que los cristianos orientales llaman «el lugar del corazón», o la «celda interior» -por hablar como santa Catalina de Siena-, ese centro de nuestra persona en el que Dios se aposenta para estar con nosotros y donde podemos estar siempre con Él.
Ese espacio interior de comunión con Dios existe, nos ha sido concedido, pero muchos hombres y mujeres no llegan ni a sospecharlo porque nunca han entrado en él, ni jamás han bajado a ese jardín para recoger sus frutos. Felices los que han hecho el descubrimiento del Reino de Dios dentro de sí mismos: su vida cambiará.
El corazón del hombre es ciertamente un abismo de miseria y de pecado, pero Dios está en lo más profundo de él. Recogiendo una metáfora de santa Teresa de Jesús, el hombre que persevera en la oración es como el que va a sacar agua de un pozo. Echa el cubo y al principio no obtiene más que barro. Pero si tiene confianza y persevera, llegará un día en que lo que encontrará dentro de su propio corazón será un agua muy pura: «Quien cree en mí, como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva» (Jn 7, 38).
Esto tiene una gran importancia en nuestra vida. Si gracias a la perseverancia descubrimos ese «lugar del corazón», nuestros pensamientos, nuestras opciones y nuestros actos, que con demasiada frecuencia proceden de la parte superficial de nuestro ser (de nuestras inquietudes, nuestros nerviosismos, nuestras reacciones inmediatas...), poco a poco nacerán de ese centro profundo del alma en el que estamos unidos a Dios por el amor. Accederemos a un nuevo modo de ser en el que todo será fruto del amor, y entonces seremos libres.
Hemos enunciado cuatro grandes principios que deben orientar nuestro comportamiento durante la oración: primacía de la acción de Dios; primacía del amor, la humanidad de Jesús como instrumento de comunión con Dios, y por último, la inhabitación de Dios en nuestro corazón. Son unos principios que pueden servimos de punto de referencia para vivir bien el tiempo de oración.
Sin embargo, como ya hemos mencionado anteriormente, para mejor entender lo que es nuestra oración, hemos de tener en cuenta la evolución de la vida de oración y de las etapas de la vida espiritual. Tema que tratamos en el próximo envío.