Página inicio

-

Agenda

21 abril 2026

COMENTARIO AL SALMO II. Jesucristo, Rey del Universo

Ignacio Domínguez
«Ego constitutus sum rex» Jesucristo, Rey del Universo.

El reinado de la muerte
Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte (Rom 5, 12). Et regnavit mors: reinó la muerte; es decir, reinó la brutalidad de los que se enfurecían, de los que meditaban planes vanos, pensando ser como Dios;
reinó la insolencia de los que —asesorados por el demonio— se pusieron de acuerdo para contrariar los preceptos de Dios;
reinó el programa negativo de los que gritaban: «rompamos sus cadenas, destrocemos su yugo».
Reinó la muerte: y los hombres quedaron sometidos a su reinado.
Haec est, mors, victoria tua; hic est, mors, stimulus tuus (1Cor 15, 55): la victoria de la muerte, el aguijón de la muerte.
¡Regnavit mors!
Yo he sido constituido Rey
La escena, en el palacio de Poncio Pilato.
Jesucristo a un lado, y al otro Barrabás. En medio, el gobernador.
Fuera del pretorio —ut non contaminarentur: para no contaminarse—, (Jn 18, 28) la chusma, incitada por los príncipes y los Sumos Sacerdotes.
De pronto una pregunta:
¿A quién queréis que os deje libre: a Jesús, a quien llaman el Cristo, o a Barrabás? (Mt 27, 17).
Bramaron las gentes y los pueblos trazaron planes vanos contra el Señor y contra su Ungido. Y hubo un grito unánime: A Barrabás.
Otra pregunta de Pilato, contemporizador:
¿Y qué haré con Jesús, el Rey de los Judíos? (Mc 15, 12).
Se levantaron los reyes de la tierra, y los príncipes se pusieron de acuerdo. Y hubo otro grito unánime: ¡Crucifícalo!
Barrabás es ladrón y homicida (Jn 18, 40).
Para muchos, empero, representa la libertad: porque grita: «rompamos sus cadenas, destrocemos su yugo».
Cristo, en cambio, aparece como rey de burlas, rey coronado de espinas, y su trono es la Cruz, a la que está sujeto. Con tres clavos.
Cristo dice: No podéis servir a Dios y al di¬nero (Mt 6, 24): quiere liberar al hombre de la esclavitud del dinero.
Pero Barrabás dice: No hagas caso; ven conmigo, y yo te haré Rey de Oros. Como a Midas.
Cuanto toques se transformará en oro, en dinero, en riquezas sin tasa.
Cristo predica la mansedumbre y la paz: Mete tu espada en la vaina: que quien a hierro mata, a hierro muere (Mt 26, 52).
Pero Barrabás protesta: No es verdad; esa es la moral de los esclavos: sólo los esclavos ofrecen la otra mejilla. Vente conmigo: Yo te haré Rey de Espadas: tendrás la ley del poder y de la fuerza: esa es la moral de los héroes y de los hombres de honor.
Cristo enseña: Tened cuidado, no sea que se apeguen vuestros corazones a la glotonería y a la embriaguez... (Lc 21 ,34): sobriedad, moderación, vigilancia.
Pero Barrabás escarnece ese programa. Y dice a cuantos se le acercan: Vente conmigo. Yo te haré Rey de Copas: como el rey Momo de los carnavales, el rey de las francachelas y las orgías, el rey de las drogas y del placer.
Cristo establece una línea de conducta para aquellos que le siguen: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, orad por los que os maltratan. Al que os abofetee en una mejilla, presentadle la otra; al que os arrebate el manto, no le impidáis tomar también la túnica... (Lc 6, 27-29).
Pero Barrabás se revuelve furioso: Esa conducta anula la personalidad. Ven conmigo: Yo te haré Rey de Bastos. La gente no entra en razón: el rey de palos es el único que tiene medios eficaces para convencer. Ven conmigo, sígueme: tendrás el triunfo asegurado.
Barrabás es la orgía y el placer; Barrabás es el poder y la fuerza.
Por eso muchos, muchos, eligen a Barrabás. Y proclaman la muerte de Dios.
Pero... el que habita en los cielos se ríe, Dios se burla de ellos: la respuesta a la rebeldía de los hombres es estremecedora: regnavit a ligno Deus: Cristo reina desde la Cruz.
La Cruz no es fracaso —aunque lo piensen así las gentes y los pueblos— sino trono de vencedor. «Mors mortua est»: la muerte ha sido derrotada. Desde entonces ya no reina la muerte sino Cristo: Ego constitutus sum Rex: Yo he sido constituido Rey.
Y Cristo, Rey, desde la Cruz, dice: Padre, perdona a los que siguen a Barrabás: no saben lo que hacen (Lc 23, 24).
Los cristianos, los verdaderos cristianos, los que meditan seriamente las palabras del Salmo 2, que estamos comentando, deben hacerse eco —siempre y en todo lugar— de esta plegaria. Y gritar a los cuatro vientos: Todos los seguidores de Barrabás, intelligite... erudimini...: entended bien, captad en profundidad las palabras de Jesús: tomad su cruz de cada día y seguidlo. Cuesta ciertamente seguir a Cristo; pero seguir a Barrabás aniquila.
Dominus Iudex noster, Dominus Legifer noster, Dominus Rex noster: Ipse salvabit nos: Jesucristo, nuestro Juez, nuestro Señor, nuestro Rey: Él nos salvará de Barrabás.
La mirada debe estar fija en Jesús, el oído debe estar atento a sus palabras, el corazón debe buscar en todo momento su reino y la justicia de su reino: que todo lo demás es añadidura.
No se admiten actitudes de niños caprichosos: os hemos entonado cantares alegres, y no habéis bailado; cantares lúgubres y no habéis llorado (Mt 11, 17).
No se admiten invitados descorteses que dan preferencia a una yunta de bueyes, a una casa de recreo, o a una mujer (Lc 14, 16).
No se admiten hombres insensatos cuyo corazón está puesto en ese silo que van a ampliar para que le quepa más grano (Lc 12, 16).
Por el contrario, hacen falta hombres decididos, «con ánimo despegado de las riquezas y de los regalos terrenos, llenos de mansedumbre en sus vidas y hambrientos de justicia y santidad, dis¬puestos a negarse a sí mismos, a cargar con la cruz, y a seguir de cerca, muy de cerca, a Cristo Rey» (Pío XI, Encíclica Quas primas). Su reino es como un grano de mostaza (Mt 13, 31) que posee intrínseca eficacia (Mc 4, 26-29), aunque en los malos terrenos no llegue a dar el fruto apetecido (Mt 13, 1-13).
Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, spes nostra: Salve, Reina, Madre de Misericordia: ayúdanos a ser fieles, y ya que para entrar en el cielo es necesario pasar por muchas tribulaciones (Hech 14, 22), danos fortaleza: para que trabajemos sin descanso por el establecimiento del Reino de Dios.