-
Ignacio Domínguez
«Ego constitutus sum rex» Jesucristo, Rey del Universo.
El reinado de la muerte
Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte (Rom 5, 12). Et regnavit mors: reinó la muerte; es decir, reinó la brutalidad de los que se enfurecían, de los que meditaban planes vanos, pensando ser como Dios;
reinó la insolencia de los que —asesorados por el demonio— se pusieron de acuerdo para contrariar los preceptos de Dios;
reinó el programa negativo de los que gritaban: «rompamos sus cadenas, destrocemos su yugo».
Reinó la muerte: y los hombres quedaron sometidos a su reinado.
Haec est, mors, victoria tua; hic est, mors, stimulus tuus (1Cor 15, 55): la victoria de la muerte, el aguijón de la muerte.
¡Regnavit mors!
Yo he sido constituido Rey
La escena, en el palacio de Poncio Pilato.
Jesucristo a un lado, y al otro Barrabás. En medio, el gobernador.
Fuera del pretorio —ut non contaminarentur: para no contaminarse—, (Jn 18, 28) la chusma, incitada por los príncipes y los Sumos Sacerdotes.
De pronto una pregunta:
¿A quién queréis que os deje libre: a Jesús, a quien llaman el Cristo, o a Barrabás? (Mt 27, 17).
Bramaron las gentes y los pueblos trazaron planes vanos contra el Señor y contra su Ungido. Y hubo un grito unánime: A Barrabás.
Otra pregunta de Pilato, contemporizador:
¿Y qué haré con Jesús, el Rey de los Judíos? (Mc 15, 12).
Se levantaron los reyes de la tierra, y los príncipes se pusieron de acuerdo. Y hubo otro grito unánime: ¡Crucifícalo!
Barrabás es ladrón y homicida (Jn 18, 40).
Para muchos, empero, representa la libertad: porque grita: «rompamos sus cadenas, destrocemos su yugo».
Cristo, en cambio, aparece como rey de burlas, rey coronado de espinas, y su trono es la Cruz, a la que está sujeto. Con tres clavos.
Cristo dice: No podéis servir a Dios y al di¬nero (Mt 6, 24): quiere liberar al hombre de la esclavitud del dinero.
Pero Barrabás dice: No hagas caso; ven conmigo, y yo te haré Rey de Oros. Como a Midas.
Cuanto toques se transformará en oro, en dinero, en riquezas sin tasa.
Cristo predica la mansedumbre y la paz: Mete tu espada en la vaina: que quien a hierro mata, a hierro muere (Mt 26, 52).
Pero Barrabás protesta: No es verdad; esa es la moral de los esclavos: sólo los esclavos ofrecen la otra mejilla. Vente conmigo: Yo te haré Rey de Espadas: tendrás la ley del poder y de la fuerza: esa es la moral de los héroes y de los hombres de honor.
Cristo enseña: Tened cuidado, no sea que se apeguen vuestros corazones a la glotonería y a la embriaguez... (Lc 21 ,34): sobriedad, moderación, vigilancia.
Pero Barrabás escarnece ese programa. Y dice a cuantos se le acercan: Vente conmigo. Yo te haré Rey de Copas: como el rey Momo de los carnavales, el rey de las francachelas y las orgías, el rey de las drogas y del placer.
Cristo establece una línea de conducta para aquellos que le siguen: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, orad por los que os maltratan. Al que os abofetee en una mejilla, presentadle la otra; al que os arrebate el manto, no le impidáis tomar también la túnica... (Lc 6, 27-29).
Pero Barrabás se revuelve furioso: Esa conducta anula la personalidad. Ven conmigo: Yo te haré Rey de Bastos. La gente no entra en razón: el rey de palos es el único que tiene medios eficaces para convencer. Ven conmigo, sígueme: tendrás el triunfo asegurado.
Barrabás es la orgía y el placer; Barrabás es el poder y la fuerza.
Por eso muchos, muchos, eligen a Barrabás. Y proclaman la muerte de Dios.
Pero... el que habita en los cielos se ríe, Dios se burla de ellos: la respuesta a la rebeldía de los hombres es estremecedora: regnavit a ligno Deus: Cristo reina desde la Cruz.
La Cruz no es fracaso —aunque lo piensen así las gentes y los pueblos— sino trono de vencedor. «Mors mortua est»: la muerte ha sido derrotada. Desde entonces ya no reina la muerte sino Cristo: Ego constitutus sum Rex: Yo he sido constituido Rey.
Y Cristo, Rey, desde la Cruz, dice: Padre, perdona a los que siguen a Barrabás: no saben lo que hacen (Lc 23, 24).
Los cristianos, los verdaderos cristianos, los que meditan seriamente las palabras del Salmo 2, que estamos comentando, deben hacerse eco —siempre y en todo lugar— de esta plegaria. Y gritar a los cuatro vientos: Todos los seguidores de Barrabás, intelligite... erudimini...: entended bien, captad en profundidad las palabras de Jesús: tomad su cruz de cada día y seguidlo. Cuesta ciertamente seguir a Cristo; pero seguir a Barrabás aniquila.
Dominus Iudex noster, Dominus Legifer noster, Dominus Rex noster: Ipse salvabit nos: Jesucristo, nuestro Juez, nuestro Señor, nuestro Rey: Él nos salvará de Barrabás.
La mirada debe estar fija en Jesús, el oído debe estar atento a sus palabras, el corazón debe buscar en todo momento su reino y la justicia de su reino: que todo lo demás es añadidura.
No se admiten actitudes de niños caprichosos: os hemos entonado cantares alegres, y no habéis bailado; cantares lúgubres y no habéis llorado (Mt 11, 17).
No se admiten invitados descorteses que dan preferencia a una yunta de bueyes, a una casa de recreo, o a una mujer (Lc 14, 16).
No se admiten hombres insensatos cuyo corazón está puesto en ese silo que van a ampliar para que le quepa más grano (Lc 12, 16).
Por el contrario, hacen falta hombres decididos, «con ánimo despegado de las riquezas y de los regalos terrenos, llenos de mansedumbre en sus vidas y hambrientos de justicia y santidad, dis¬puestos a negarse a sí mismos, a cargar con la cruz, y a seguir de cerca, muy de cerca, a Cristo Rey» (Pío XI, Encíclica Quas primas). Su reino es como un grano de mostaza (Mt 13, 31) que posee intrínseca eficacia (Mc 4, 26-29), aunque en los malos terrenos no llegue a dar el fruto apetecido (Mt 13, 1-13).
Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, spes nostra: Salve, Reina, Madre de Misericordia: ayúdanos a ser fieles, y ya que para entrar en el cielo es necesario pasar por muchas tribulaciones (Hech 14, 22), danos fortaleza: para que trabajemos sin descanso por el establecimiento del Reino de Dios.