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CORREDENTORES CON CRISTO
No ha de extrañar que se llame a la Virgen Corredentora; no debe temerse el uso de palabra tan expresiva y justa. En rigor, aunque de modo mucho más modesto, todos somos llamados a ser corredentores. San Pablo manifiesta a los Colosenses que él se goza en sus padecimientos (in passionibus) por ellos, ya que así cumple en su carne lo que falta (ea quae desuní) a los padecimientos de Cristo, por su Cuerpo que es la Iglesia.
No quiere decir con ello —insisto— que la Pasión del Señor sea insuficiente para la Redención del género humano. Su Sangre, comenta Santo Tomás, bastaría para redimir muchos mundos. Pero cada cristiano es miembro del Cuerpo de Cristo, y Dios, en su eternidad, dispuso la medida de los méritos que habían de acumularse en la Iglesia con el correr de los siglos, tanto de su Cabeza, Cristo, como de sus miembros. Entre tales méritos contó los de todos los santos: cada uno aporta su porción. Entre tanto, los ya ganados por Cristo y los demás miembros —entre los que destaca soberanamente la Virgen María— constituyen un tesoro riquísimo, infinito, auténtico bien común de la Iglesia, que nosotros podemos enriquecer aún más, prestando mayor vigor y fecundidad a la Comunión de las Santos, en beneficio de todos los hombres.
«He predicado constantemente —dice el Fundador del Opus Dei— esta posibilidad, sobrenatural y humana, que Nuestro Padre Dios pone en las manos de sus hijos: participar en la Redención operada por Cristo. Me llena de alegría encontrar esta doctrina en los textos de los Padres de la Iglesia». Es una enseñanza que late casi en cada una de las jugosas pági¬nas de Mons. Escrivá de Balaguer: «Cada ge¬neración de cristianos —dice con sabor de palabra apostólica— ha de redimir, ha de santificar su propio tiempo» M. «La gran misión que recibimos, en el Bautismo, es la corredención. Nos urge la caridad de Cristo, para tomar sobre nuestros hombros una parte de esa tarea divina de rescatar las almas.
»Mirad: la Redención, que quedó consumada cuando Jesús murió en la vergüenza y en la gloria de la Cruz, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, por voluntad de Dios continuará haciéndose hasta que llegue la hora del Señor. No es compatible vivir según el Corazón de Jesucristo, y no sentirse enviado, como El, peccatores salvos facere, para salvar a todos los pecadores, convencidos de que nosotros mismos necesitamos confiar más cada día en la misericordia de Dios. De ahí el deseo vehemente de considerarnos corredentores con Cristo, de salvar con El a todas las almas, porque somos, queremos ser ipse Christus, el mismo Jesucristo, y El se dio a sí mismo en rescate por todos».
Participar en la Redención, cooperar en la santificación del mundo, llevar a Dios todas las cosas, salvar almas para la eternidad: ¿cabe una tarea más grande? En rigor, la pregunta habría de ser: ¿cabe otra tarea? Para quien mira con ojos de fe, la respuesta es clara: desde que el pecado se insertó en la savia del árbol de la humanidad, sólo hay una cosa que hacer: redimir, corredimir con Cristo. Lo demás no merece la pena. El verdadero horizonte del cristiano es la obra de la Redención. Cualquier otra finalidad supondría un voluntario estrechamiento de nuestro propio ámbito. Cerrar los ojos a este panorama inmenso sería una triste caída en el egoísmo. Si nos encerráramos en nuestra torre de marfil, ocupándonos sólo de nosotros mismos —de nuestras cosas, o acaso de los nuestros— estaríamos lejos de lo que Dios espera de nosotros. Si al contemplar cómo va envejeciendo el mundo, alejándose de Dios, cayendo en aberraciones morales de toda suer¬te, nos limitáramos a lamentarlo, poco habría-mos comprendido de lo que significa ser cristiano.
¿Qué hace Jesucristo? Dice a su Padre: por ellos me santifico a mí mismo es decir, se entrega, se sacrifica por la humanidad toda. ¿Qué hace la Virgen? Se une al sacrificio de su Hijo. No está encerrada en «lo suyo». Su horizonte no tiene límites: es el mundo entero; es el horizonte divino de Cristo. Ella se sabe corredentora junto a la Cruz, pero también en todo momento: cuando pronuncia el fiat; en la gruta de Belén; en la pequeña casa de Nazaret, cuando hila, cuando limpia, cuando canta, cuando ríe, cuando habla, cuando calla, cuando goza, cuando sufre: en todo momento vive consciente de su misión divina; llena de Amor cada instante: «Un amor llevado hasta el extremo, hasta el olvido completo de sí misma, contenta de estar allí, donde la quiere Dios, y cumpliendo con esmero la voluntad divina. Eso es lo que hace que el más pequeño gesto suyo no sea nunca banal, sino que se manifieste lleno de contenido». Como Ella, podemos, debemos ser corredentores las veinticuatro horas del día, si las llenamos de la oración necesaria, del trabajo debido y del oportuno descanso; si dejamos que en nuestras conversaciones habituales se manifieste nuestro sentido sobrenatural de la vida, nuestro amor a Dios, nuestro afán de almas.
Si estamos unidos a Dios, habrá en nuestra vida oración, trabajo y apostolado. Pero muchas veces, oración, trabajo y apostolado serán tres palabras para designar diversas dimensiones de una misma realidad, que estará inserta en la Redención operada por Cristo.
ANTONIO OROZCO