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Ignacio Domínguez. El Salmo 2
«irrisio... subsannatio... ir»... furor»... El castigo divino
Risa y escarnio, ira y furor.
Este es el pago que Dios da a la malicia huma¬na: Me reiré y me mofaré el día de vuestra perdi¬ción, cuando caiga sobre vosotros el castigo (Prov 1, 26).
Al comentar este versículo es necesario tener en cuenta la aclaración que hacen los Santos Padres: Dios, propiamente hablando, no se ríe, ni se enfurece, sino que semper cum tranquillitate, iudicat : juzga siempre con tranquilidad, ecuánime, sereno. Tal manera de hablar no es sino un antropomorfismo. Con ese lenguaje, plástico y colorista, el autor sagrado quiere manifestar que todos aquellos que se oponen al plan de Dios en Cristo y no quieren aceptar la salvación del Crucificado, se hacen dignos de irrisión eterna, de escarnio eterno, se transforman en hijos de la ira, y su espíritu queda conturbado por el furor y el odio.
La irrisión y el escarnio
Dios se ríe —irridebit— y se mofa —subsannabit—, porque:
los que habían presentado falsos testigos contra Cristo,
los que habían bramado una y otra vez: ¡Crucifícalo!, ¡Crucifícalo!,
los que pagaron a los soldados para que dijesen que su cuerpo había sido robado mientras ellos dormían,... ¡han quedado burlados!
Dios se ha reído de sus artimañas y de sus planes vanos para acabar con Cristo.
Como dice San Hilario, perdiderunt tantum impietatis suae laborem: fueron absolutamente inútiles las maquinaciones de su impiedad.
Al igual que Icaro, se construyeron alas de cera para subir, subir, subir... Se consideraban los dueños del universo porque quizá llegaron hasta la luna: «No hemos encontrado a Dios en nuestro recorrido —se dijeron—. No hay más Dios que nosotros».
Pero el que habita en los cielos, Sol iustitiae —Sol de Justicia—, les quemará las alas, se las derretirá, y su ruina será completa: caerán al mar, in stagnum ignis et sulphuris, al estanque de fuego y azufre (Apo 20, 10).
Deus non irridetur: de Dios nadie se burla.
El Evangelio nos pone de relieve una y otra vez la insolvencia de quienes voluntariamente se cerraban a la salvación y se hacían incapaces de percibir la cercanía de Dios.
— Jesús, ante el cadáver de la hija de Jairo, decía: La muchacha no está muerta, sino que vive. Et deridebant eum: los fariseos se burlaban de El (Mt 9, 24);
— Jesús predicaba que no se puede servir a dos señores, que no se puede servir a Dios y al dinero. Et deridebant eum: los fariseos que estaban llenos de avaricia, se mofaban de El (Lc 16, 13);
— Jesús, en la Cruz, rezaba: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. Et deridebant eum: los príncipes de los sacerdotes le escarnecían (Lc 23, 34).
Deridebant... Deridebant... Se burlaban de Jesús.
Deus autem non irridetur: de Dios nadie se burla impunemente.
Por eso, ay de vosotros, lo que ahora reís: porque lloraréis (Lc 6, 25).
Es el infierno: ibi erit iletus et stridor dentium: llanto y rechinar de dientes: El que habita en los cielos —irridebit eos— se les reirá en la cara.
La ira y el furor
Entonces les hablará en su ira y los conturbará en su furor. «Entonces...» ¿Cuándo? El día de la condenación: Id, malditos, al fuego del infierno, preparado para el demonio y sus ángeles... (Mt 25, 41).
Dies irae dies illa: será un día de confusión y de horror, para todos aquellos que se vean alcanzados por la maldición de Cristo.
Pero esta sentencia se fragua a lo largo de la vida: Secumdum duritiam tuam et impoenitens cor, thesaurizas iram in die irae et revelationis iusti iuditii Dei (Rom 2, 5): con la dureza de tu vida, y tu corazón reacio a la penitencia, vas amontonando ira; que caerá sobre ti el día de la ira y del justo juicio de Dios.
Es un buen punto de examen: las grandes batallas se pierden o se ganan en el corazón.
El hombre vive como si Dios no existiera. En medio de lascivias y desenfrenos, canta una y otra vez: Comamos y bebamos, que mañana moriremos (1Cor 15, 32).
Pero en las paredes, un dedo invisible, lentamente, escribe la sentencia: Mene, Tecel, Phares (Dan 5, 25).
Mene: Dios ha contado tus días y has llegado al final;
Tecel: Has sido pesado en la balanza: y no das el peso;
Phares: Tu reino —tu vida— será desgarrado: los enemigos te arrasarán.
El camino de la vida de tantos y tantos se asemeja al de los descontentos israelitas que cruzaban el desierto: llegaron a agotar la infinita paciencia de Dios: Taeduit me generationis illius (Sal 94, 10): me dio hastío, tedio, asco, aquella generación.
Dios los había sacado de la tierra de Egipto, de la esclavitud, y los conducía a una tierra que mana leche y miel. Pero muchos quedaron postrados en el desierto: no llegaron a gozar de la patria que les había preparado Dios.
Semper errant corde; non cognoverunt vias meas: No caminan por los caminos de Dios: su corazón anda extraviado.
Por eso, juré con ira: Non introibunt in requiem meam! (Sal 94, 11): ¡No entrarán en mi paz! Esa es la palabra de ira anunciada en el salmo 2: Non introibunt! No entrarán. Dios no les concederá el descanso eterno ni los iluminará con la eterna luz de su gloria. Sentados en tinieblas y en sombras de muerte (Sal 106, 10), no tendrán descanso jamás.
En esto para la rebelión de los hombres: no querían estar ligados por los vínculos del amor divino (vincula sunt virtutes —decía Santo Tomás), y lo consiguieron al fin; no querían pertenecer al reino de los cielos (noluerunt intra sacra esse sagenam —decía San Atanasio), y lo consiguieron al fin. Eternamente desvinculados de Cristo, eternamente fuera del reino de Dios.
Ante esta perspectiva, ¿qué importan el aplauso y la aprobación de las gentes?; ¿qué importan los halagos del mundo y sus glorias?; ¿quién, en su sano juicio, se atreverá a trazar planes vanos y levantarse adversus Dominum et adversus Christum eiusl
«Nada hay comparable a la pérdida de la bienaventuranza, a la desgracia de ser aborrecido de Cristo, y oír de su boca: ¡No te conozco!
»Más valiera que mil rayos nos abrasaran, que no ver que aquel rostro suavísimo nos rechaza, y que aquellos ojos serenos no pueden soportar el mirarnos» (Juan Crisóstomo).
Acojámonos bajo el amparo de Nuestra Señora: Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix... et a periculis cunctis libera nos: Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: líbranos del peligro y del mal.