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Ignacio Domínguez
El levantamiento de los reyes
Un día, Satanás le mostró a Cristo todos los reinos de la tierra con sus grandezas y su poder: prometió dárselos porque —dijo— son míos y se los doy a quien yo quiera: Pero tendrás que adorarme (Lc 4, 6).
Apártate, maldito: sólo a Dios adorarás.
El demonio, entonces, recessit ab illo usque ad tempus: lo dejó hasta el tiempo oportuno (Lc 4, 13).
La verdad es que no necesitó mucho tiempo: pronto empezaron las persecuciones, la contradicción por todas partes, las preguntas capciosas, las insidias innobles: es que el demonio hizo que los hombres, al mando de sus reyes y príncipes, se levantasen contra Dios y contra su Ungido.
Astiterunt! Hubo un levantamiento general. Los reyes de la tierra se «statuerunt quasi murum ut resisterent venienti Messiae»: como un valladar se levantaron, para impedir que Cristo llevase la salvación a los hombres. Los reyes de la tierra se levantaron contra el Rey del cielo. Y Herodes y Pilato —que representan los poderes del mundo— condenaron a muerte a Jesús.
Dice el Evangelio:
Herodes, juntamente con todo su cuerpo de guardia, lo despreció públicamente, y haciendo burla de Él, le vistió un ropaje brillante propio de locos (Lc 23, 11).
También Pilato. Después de haberlo flagelado, lo entregó para que lo crucificasen (Lc 23, 25).
Pilato y Herodes, que antes eran enemigos entre sí, a partir de ese día, se hicieron amigos (Lc 23, 12).
El mutuo acuerdo de los príncipes
Estos príncipes que se aliaron —convenerunt in unum— son los jefes del pueblo judío, detentadores de potestad: los sumos sacerdotes, los escribas, los doctores de la Ley. El Evangelio pone de relieve en muchas ocasiones los turbios manejos de estos hombres contra Cristo.
Un par de ejemplos nada más:
Los escribas y los sumos sacerdotes, trataron de echar mano de El... (Lc 20, 19).
Los fariseos se juntaron en grupo, y preguntó uno de ellos, que era doctor de la Ley, con ánimo de tentarle… (Mt 22, 34)
Todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se habían puesto de acuerdo en orden a darle muerte... (Mt 27, 1).
Raíces del descamino
Las citas anteriores podrían multiplicarse y ver cómo se iba estrechando más y más el cerco en torno a Jesús. Pero ya es suficiente a nuestro intento. Por eso, ahora, después de haber presentado a los enemigos de Cristo, que lo llevaron hasta la cruz, nos interesa buscar la razón última de todo este movimiento: las raíces del descamino de cuantos se oponen a Dios. Y, con el Salmo 2 en la mano, encuentro fundamentalmente estas dos: la soberbia y la ignorancia culpable.
a) La soberbia
Muchos santos Padres dicen que fremuerunt equivale a superbierunt: se ensoberbecieron. Como exponente, baste esta cita de San Atanasio: «Cuando el salmista dice que las gentes y los pueblos se enfurecieron lo que quiere decir es que se ensoberbecieron: la soberbia es el tumulto interior de la arrogancia y la hinchazón personal».
Nabucodonosor, que acabó transformándose en animal enfurecido, es ejemplo clarísimo de esa equivalencia: la soberbia lo convirtió en fiera salvaje.
Esta soberbia, la jactancia, el maldito orgullo del hombre, es quien conduce la rebelión contra Dios y contra Cristo. El hombre, en su desenfrenada autoglorificación, se parece al gigante Goliat que desafía al pueblo protegido por Dios.
b) La ignorancia
San Beda hace este comentario interesante: las gentes bramaron y trazaron planes vanos «non advertentes medicum salutis». Por eso se volvieron contra Cristo: no advirtieron, no se dieron cuenta de que era «el médico portador de la salvación»: la malicia los cegó. Por eso no se dieron cuenta.
Enfermos tocados de muerte, cuando viene el médico que trae la salud, lo rechazan: porque no advierten que es la salvación, la única salvación posible.
Es tremenda esta falta de advertencia:
En su nacimiento, no había lugar para él en el mesón (Lc 2, 7). No advirtieron que se trataba del Mesías esperado.
En su vida pública, se extrañaban de que supiese letras sin haber estudiado, y afirmaban que hacía milagros con el poder del demonio (Lc 11, 15)): No advertían que era el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).
En la Cruz, se burlaban de Él, y lo insultaban: Si eres hijo de Dios baja de la cruz y creeremos (Mt 27, 42). No advirtieron que crucificaban al Señor de la Gloria.
Esta falta de advertencia, esta ignorancia culpable (30), abarca a los hombres de todos los tiempos. Padre, perdónales: no advierten, no saben lo que hacen: se trata del grave pecado de haber perdido el sentido del pecado.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores. Ahora. Y también en la hora de nuestra muerte. Amén.