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«Quare»? ¿Por qué?
Queja amorosa de Dios
Quare es una partícula interrogativa. Significa «¿Por qué?».
Pero puede llevar en sus pliegues diversidad de sentimientos:
A veces la pregunta es manifestativa de ironía y burla: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos meditan cosas vanas? ¿Es que piensan que van a desbancar a Dios, que pueden resistir una lucha contra el Todopoderoso?
Edifiquemos una torre que llegue hasta el cielo y nos crearemos un nombre... Pero Dios bajó a ver la torre que construían y se burló de ellos confundiéndoles las lenguas... ¿Por qué se empeñan en planes vanos?
A veces —como dice Gilberto Porretano— con ese interrogante admiratur stultitiam hominum contra Christum conspirantium, se manifiesta una actitud de sorpresa, de asombro, ante la estupidez de los hombres que luchan contra Cristo.
A veces se pregunta con ánimo de argüir: ¿Por qué se amotinan si es inútil, si lo único que conseguirán es que Dios les hable con ira y los conturbe en su furor? ¿Qué hará entonces el dueño de la viña? Vendrá y hará perecer de mala manera a aquellos asesinos, y entregará su viña a otros que den los frutos a su tiempo.
A veces es la pregunta del alma fiel que sien¬te en su vida el dolor de Dios. Y así, monseñor Escrivá de Balaguer lo interpreta diciendo: «¿Por qué tanto odio, por qué este cebarse en la Cándida simplicidad, por qué este universal aplastamiento de la libertad de cada conciencia?
Todas estas figuras caben en el inicial interro¬gante del salmo 2. Pero cabe también que sea fundamentalmente una queja amorosa de Dios y de Cristo.
Ciertamente, Dios se ríe de las insanas locuras del hombre que pretende hacerle frente en desafío; Dios desprecia sus prometeicas tentativas, sus arrogantes fantasías... Pero Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por eso, en este salmo, Dios se queja de los hombres, con ánimos de infundirles cordura, de que entiendan y sean sensatos, de que encuentren la felicidad confiando en El.
Dios se queja amorosamente: y razón tiene Dios para quejarse:
Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo Unigénito, el cual, por nosotros los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo (Símbolo Niceno-constantinopolitano): descendit de coelo ex pondere caritatis (San Agustín): bajó del cielo arrastrado por el peso del amor. Por amor: esa es la razón de Dios.
David había cometido un pecado de adulterio. Y Dios, por medio del profeta Natán, le pregunta: ¿Por qué has despreciado a Yahweh?
En el palacio del Sumo Sacerdote, un esbi¬rro pega a Cristo un bofetón «que deja el cielo temblando» (Lope de Vega). Si hablé mal, dime en qué, y si no ¿por qué me pegas? Sí, por qué. No hay respuesta. No puede haberla.
Saulo de Tarso, respirando amenazas de muerte, cabalga a toda velocidad para encarcelar a los cristianos. Y Dios le sale al paso: Saulo, ¿Por qué me persigues? ¿Por qué, por qué me persigues?
En la liturgia de Semana Santa, la vibración piadosa de la Iglesia pone en labios de Jesús una queja dolorosa: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he contristado? Yo te saqué de Egipto, te guie durante cuarenta años por el desierto, te alimenté con maná, y te introduje en una tierra excelente...: Tú, en cambio, preparaste una cruz para tu Salvador. ¿Qué más pude hacer por ti? Yo te planté como viña escogida...: Tú, en cambio, en mi sed, me diste vinagre y no vino. ¡Viña mía, qué amarga te has vuelto conmigo!»
Y todo eso, ¿por qué? No hay respuesta.
¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos trazan planes vanos? ¿Por qué? ¿Por qué? Tampoco aquí hay respuesta.
Es de bien nacidos ser agradecidos
En este sentido, puede ser ilustrativo el apólogo de Androcles y el león. Dicen que en Roma, en tiempos de los Césares, hubo un león que, cierto día se clavó una espina en la pata; así sufriendo fue hallado por un campesino que se apiadó de él y se le acercó arrancándole la espina y curándole la herida. Pasó el tiempo, el león fue apresado y traído al circo romano. También Androcles fue apresado: ¿el motivo?: que era cristiano; ¿el castigo?: ser arrojado a las fieras en el circo, para diversión de los ciudadanos.
Salió furioso el león, pero se paró en seco: reconoció a Androcles.
Toda su ferocidad se diluyó: manso, se acercó al campesino, y empezó a lamerle los pies.
Conocida la causa, Androcles fue perdonado; y para memoria del agradecimiento de aquel león, se mandó esculpir en bronce: «Grata cum sint animalia, debet potius esse homo». Siendo agradecidos los animales, mucho más debe serlo el hombre.
Reges, intelligite..., erudimini, qui indicatis terram..., aprehendite disciplinam... Sed santos, no os hagáis daño, no os empeñéis en dar coces contra el aguijón, nequando irascatur Dominus et pereatis de via iusta.
Realmente hay que pararse a pensar. «Grata cum sint animalia...». Hay que hacer examen de conciencia, ir al porqué último de las cosas apurando la verdad: ¿Por qué nuestra vida no es concorde con nuestra fe?, ¿por qué perdemos tantas veces la visión sobrenatural?, ¿por qué no valoramos en toda su dimensión la vida de la gracia?, ¿por qué, de una u otra manera, nos levantamos adversus Dominum et adversus Christum eius, queriendo salir con la nuestra? ¿Por qué...?
Reacciona. Oye lo que te dice el Espíritu Santo: «Si inimicus meus maledixisset mihi, sustinuissem utique» —si mi enemigo me ofende, no es extraño, y es más tolerable. Pero tú... «tu vero homo unanimis, dux meus et notus meus, qui simul mecum dulces capiebas cibos»— tú mi amigo, mi apóstol, que te asientas a mi mesa y comes conmigo dulces manjares! » (Camino, 244).
Tú... Tú... ¿Por qué?
Esta pregunta la hace Dios hoy, y traspasa el alma de ternura... Quare?... Quare?...
Llenos de dolor —dolor de Amor— acabamos esta meditación con un acto de agradecimiento —grata cum sint animalia, debet potius esse ho¬mo— sabiendo que Dios nos perdona, que nos recibe de nuevo, que nos abraza otra vez y nos susurra al oído: Filius meus es tu: ego hodie genui te: tú eres hijo mío: yo te he engendrado hoy.
Y si parece que faltan las fuerzas, es la hora de acudir a la Virgen.
Sí, «¿por qué no se lo dices a tu Madre: "consolatrix afflictorum, auxilium christianorum, spes nostra, regina apostolorum"?» (Camino, 244).
IGNACIO DOMÍNGUEZ