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1 marzo 2026

TIEMPO PARA DIOS. Más sobre la trampa de la falsa humildad

Más sobre la trampa de la falsa humildad

Suele ocurrir que, cuando hemos cometido alguna falta, cuando estamos avergonzados y descontentos de nosotros mismos, aun sin abandonar completa¬mente la oración, dejemos pasar algún tiempo antes de volver a ella, el mismo tiempo que tarde en ate¬nuarse en nuestra conciencia el eco de la falta come¬tida. Ese es un error muy grave, y pecamos más por él que por el primero. En efecto, significa una falta de confianza en la misericordia de Dios, un desconocimiento de su amor; y eso le duele más que todas las tonterías que hayamos podido cometer. Santa Teresa de Lisieux, que había comprendido quién es Dios, decía: «Lo que duele a Dios, lo que hiere su corazón, es la falta de confianza».
Al contrario de como obramos habitualmente, la única actitud justa para el que ha pecado -justa en el sentido bíblico, es decir, de acuerdo con lo que nos ha sido revelado del misterio de Dios- es la de echarse inmediatamente -con arrepentimiento y humildad, pero también con infinita confianza- en brazos de la misericordia divina, seguros de ser acogidos y perdonados. Y, una vez que hemos pedido perdón a Dios, reanudar sin demora las prácticas de piedad acostumbradas, en particular la de orar. En el momento oportuno iremos a confesamos pero, mientras tanto, no cambiemos nuestro hábito de hacer oración. Esta actitud es la más eficaz para salir del pecado, pues es la que más ama la misericordia divina.
Santa Teresa de Jesús añade algo muy hermoso sobre este tema. Dice que el que hace oración continúa cayendo, por supuesto, teniendo fallos y debilidades, pero, como hace oración, cada una de sus caídas le ayuda a saltar más arriba. Dios hace que todo ayude al bien y al progreso del que es fiel a la oración, incluidas las propias faltas.

«Digo que no desmaye nadie de los que han comenzado a tener oración con decir: si tomo a ser malo, es peor ir adelante con el ejercicio de ella. Yo lo creo, si se deja la oración y no se enmienda el mal; mas, si no lo deja, creo que le sacará a puerto de luz. Hízome en esto gran batería el demonio, y pasé tanto en parecerme poca humildad teneda, siendo tan ruin, que, como ya he dicho, la dejé año y medio, al menos un año, que del medio no me acuerdo bien; y no fuera más, ni fue, por meterme yo misma, sin haber menester demonios que me hiciesen ir al infierno. ¡Oh, válgame Dios, qué ceguedad tan grande! ¡Y qué bien acierta el demonio, para su propósito, en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que alma que tenga con perseverancia oración, la tiene perdida, y que todas las caídas que la hace dar, la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio: algo le va en ello» (Libro de la vida, cap. 19).