Página inicio

-

Agenda

8 febrero 2026

TIEMPO PARA DIOS. La trampa de la falsa sinceridad

La trampa de la falsa sinceridad

Un razonamiento que aparece con frecuencia y que puede impedir nuestra fidelidad a la oración es el siguiente: en un siglo como el nuestro, imbuido del concepto de libertad, de autenticidad, oímos decir: «Yo encuentro que la oración es muy agradable, pero sólo rezo cuando me apetece. Rezar sin ganas sería una cosa artificial y obligada, sería hasta una falta de sinceridad y una forma de hipocresía. Rezaré cuando me apetezca...»
A esto podemos responder que, si esperamos a que nos entren las ganas, podemos esperar hasta el día del juicio. El deseo es algo muy hermoso, pero versátil. Existe un motivo igualmente legítimo, pero más profundo y más constante, que nos impulsa a encontramos con Dios en la oración: el sencillo he-cho de que Dios nos invita a ello. El Evangelio nos lo pide: «orad sin desfallecer» (Lc 18, 1). También aquí nos ha de guiar la fe, y no el estado de ánimo.
Las nociones de libertad y de autenticidad descritas más arriba -tan del gusto de nuestra época son, sin embargo, de lo más ilusorias. La verdadera libertad no consiste en dejarse llevar por el impulso del momento; todo lo contrario: el hombre libre es el que no vive prisionero de sus cambios de humor, sino el que toma decisiones según unas opciones fundamentales que no varían con las circunstancias.
La libertad es la capacidad de dejarse guiar por lo que es verdadero y no por la parte epidérmica de nuestro ser. Debemos tener la humildad de reconocer que somos superficiales y variables. Una persona que "ayer encontrábamos encantadora, mañana nos resulta insoportable porque han cambiado las condiciones atmosféricas, nuestro talante... Lo que deseábamos locamente un día, nos deja fríos el siguiente. Si nuestras decisiones son de este estilo, vivimos trágicamente prisioneros de nosotros mismos, de nuestra sensibilidad en lo que tiene de más superficial.
No nos hagamos tampoco ilusiones sobre lo que es la verdadera autenticidad. ¿Cuál es el amor más auténtico? ¿Aquel cuyas manifestaciones varían según los días, según el humor, o el amor fiel y estable que no se desdice jamás?
La fidelidad a la oración es, pues, una escuela de libertad. Es una escuela de sinceridad en el amor, porque nos enseña poco a poco a situar nuestra relación con Dios en un terreno que ya no es el vacilante e inestable de nuestras impresiones, de nuestros cambios de humor, de nuestro fervor sensible en dientes de sierra, sino en el sólido sillar de nuestra fe, en el fundamento de una fidelidad a Dios inamovible como la roca: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre» (Heb 13, 8) porque «su misericordia pasa de generación en generación» (Lc 1, 50). Si perseveramos en esta actitud, veremos cómo las relaciones con el prójimo, tan superficiales y cambiantes también ellas, llegan a ser más estables, más profundas, más fieles y, por lo tanto, más felices.