Página inicio

-

Agenda

15 febrero 2026

TIEMPO PARA DIOS. Otro aspecto de la trampa de la falsa sinceridad

Otro aspecto de la trampa de la falsa sinceridad
La aspiración de todo hombre a obrar de un modo espontáneo, libre, sin presiones, es una aspiración perfectamente legítima: el hombre no está hecho para entrar en conflicto permanente consigo mismo, para vivir violentando siempre su naturaleza. Y si en alguna ocasión tiene que hacerlo, será como consecuencia de la división interna que crea el pecado.
Sin embargo, esa aspiración no puede hacerse realidad dando libre curso a su espontaneidad. Eso sería destructivo, pues dicha espontaneidad no siempre está orientada hacia el bien: tiene necesidad de curación y de una profunda purificación. Nuestra naturaleza está dañada, lo que significa que hay una falta de armonía en nosotros, un desequilibrio frecuente entre aquello a lo que tendemos espontáneamente y aquello para lo que estamos hechos, entre nuestros sentimientos y la voluntad de Dios a la que hemos de ser fieles y que constituye nuestro auténtico bien.
Por tanto, la aspiración a la libertad sólo puede encontrar su auténtica realización en la medida en que el hombre se deja sanar por la gracia divina. En este proceso de curación la oración desempeña un papel muy importante. Y este proceso, hay que decirlo, tiene lugar a través de unas pruebas y unas purificaciones, esas «noches» cuyo profundo sentido ha explicado tan acertadamente san Juan de la Cruz. Una vez culminado, ordenadas nuestras tendencias, el hombre llega a ser completamente libre: ama, desea espontáneamente lo que está de acuerdo con la voluntad de Dios y con su propio bien. Puede seguir sin problemas sus tendencias espontáneas, pues han sido rectificadas y armonizadas con la sabiduría divina. Puede «obedecer» a su naturaleza, ahora restaurada por la gracia. Esta armonización no es completa en nuestra vida, por supuesto, y sólo lo será en el Reino, lo que explica que aquí abajo tengamos que resistimos siempre a algunas de nuestras tendencias. Pero ya en esta vida, quien practica la oración se hace cada vez más capaz de amar y de obrar espontáneamente el bien, mientras que al principio le costaba grandes esfuerzos. Gracias a la acción del Espíritu Santo, la virtud le resulta cada vez más fácil y natural. «Allí donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad», dice San Pablo.
JACQUES PHILIPPE