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27 enero 2026

COMENTARIO AL SALMO II. Las parábolas de Jesús

Las parábolas de Jesús
¿Cómo es y dónde está ese Reino tuyo? -pre¬guntaríamos también nosotros. Jesús, para explicar¬les a sus discípulos el Reino de los Cielos, se sirvió de varias parábolas: las «parábolas del reino», con¬tadas en las orillas del lago, para que toda aquella gente -discípulos, amigos, curiosos, hombres, mu¬jeres y niños- entendiera, creyera y se convirtiera.
En primer lugar, Jesús compara el Reino de Dios a la semilla lanzada en tierra por el sembrador: par¬te cayó junto al camino y fue comida por las aves; otra cayó en lugares pedregosos, en tierra poco pro¬funda y se quemó; otra, cayó sobre las espinas que crecieron y la ahogaron; alguna, por fin, cayó en tierra buena y dio buen fruto (cfr Mt 13, 1-23).
Después de contar la parábola, Jesús se la expli¬ca a aquellos a quienes es dado conocer los miste¬rios del Reino de los Cielos. Sin embargo, muchos, con el corazón endurecido y la cabeza obstinada, se quedan ciegos y sordos, con el espíritu embotado para comprenderlo.
¿Y nosotros? ¿Cómo es el terreno de nuestra alma para recibir la palabra de Dios? Podemos oír y no comprender; podemos también recibir la pala¬bra de Dios con alegría, pero por superficialidad, porque somos inconstantes, nada arraiga en nuestro terreno: nuestra alma es como una tierra llena de piedras -prejuicios, amor propio, resentimien¬tos-, cosas duras que no dejan labrar, surcar, para que la semilla lanzada en ella produzca fruto. En este caso la fragilidad, la superficialidad, la incons¬tancia hacen que la semilla sucumba ante la prime¬ra tribulación o contrariedad.
Nuestra tierra puede también encontrarse llena de espinas: «...los cuidados de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y queda infruc¬tuosa» (Mt 13, 22). Hay tanto que hacer, tanta preo¬cupación por nuestras cosas, por nuestros éxitos profesionales, sociales, por la promoción, por el bie¬nestar material... que la semilla del Reino de Dios queda ahogada entre todas estas espinas.
En cambio, si nuestra alma es tierra buena, la¬brada, abonada, la semilla de la palabra de Dios arraigará, vivirá, crecerá y dará mucho fruto.
Jesús sigue con sus enseñanzas sobre el Reino de los Cielos, contando otras parábolas: el Reino de los Cielos es comparado a un grano de ,mostaza que, aunque sea la más pequeña de las semillas, se trans¬forma en el más grande de todos los árboles, de modo que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas (cfr Mt 13, 31-32); se asemeja también a la le¬vadura que una mujer esconde en la harina, hasta que quede todo fermentado; es semejante a un te¬soro escondido en el campo, por el cual, aquel que lo encuentra va y vende todo cuanto tiene para com¬prar ese campo (cfr Mt 13, 14); o bien atina perla preciosa que lleva al negociante a vender todo para comprarla; al final, Jesús compara su Reino a una red que echada en el mar saca todo género de pe¬ces, unos buenos, otros malos. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y empiezan a elegir los buenos, mientras echan fuera a los malos (cfr Mt 13, 47-50).
Éstas son las enseñanzas de Jesús sobre su Rei¬no: ¿podremos nosotros comprender? No se trata de un reinado como cualquier otro: es pequeño, en apa¬riencia insignificante, sin valor -como la semilla en la tierra, o la levadura en la masa-, pero si arraiga, si fermenta, dará un árbol grandioso y hará fermen¬tar toda la masa. Sin que se vea apenas, sin que se note.
Es también algo de mucho valor -un tesoro es¬condido, una perla preciosa- por el cual vale la pena dar todo, para comprarlo. Por el Reino de los Cielos, quienes lo comprenden, venden todo cuanto tienen para alcanzarlo.
Muchos no han entendido estas parábolas, qui¬zá no entiendan jamás el Reino sobre el cual les ha¬blaba Cristo. Porque en su dureza interior, en el em¬botamiento de sus mentes, no tenían ojos más que para un reinado de fuerza y de poder, un reinado de conquista, de revolución y de reforma radical. ¿Cómo podrían entender un Reino que no es sino una semilla, un poco de levadura, o bien una perla preciosa? En sus medidas de grandezas, todo eso se les escapa.
Era incomprensible para ellos que el Mesías, el Libertador del pueblo de Israel, el líder que todos es¬peraban con ansiedad, aquel que los iba a liberar del yugo romano, de los enemigos opresores, no les ha¬blara más que de un Reino interior, de un Reino de justicia y de paz. Y todavía hoy día muchos siguen ciegos en su incomprensión. No han sido sólo los ju¬díos que esperaban un Mesías político, reformador radical de la sociedad de su tiempo. Todavía hoy, hay muchos que pretenden ver en Cristo el gran re¬volucionario, el que maltrata a los ricos, los opreso¬res y se pone al lado de los pobres, de los oprimidos. No han leído el Evangelio integralmente, porque Je¬sucristo vivió siempre pobre y fue seguido por gen¬te pobre y sencilla, pero eligió también para Apóstol a un funcionario de finanzas, un cobrador de im¬puestos. Y cuando Zaqueo, subido a un árbol para ver pasar a Jesús le encuentra, el Señor le pide en¬trar en su casa para comer. Jesús no tenía dónde re-clinar la cabeza, pero llevaba una túnica inconsútil, hecha de una pieza, de tela buena, que los guardias no han querido dividida. Y aunque se durmiera mu¬chas veces al aire libre, o en la barca de alguno de sus Apóstoles pescadores, y comiera del pescado que pescaban en el lago de Genesaret, valoraba tam¬bién las delicadezas y la cortesía con que se le solía recibir a un invitado entre los judíos (cfr Le 7, 44-48).
Si se armó de unas cuerdas para expulsar a los vendedores del templo, no fue porque reprobara su negocio, sino porque no respetaban la «casa de su Padre, que era lugar de oración», y no de tráfico y de comercio. Muchos de quienes convierten las igle¬sias o lugares de oración es escenarios de espectá¬culo, o centros de atracción turística, serían también blanco de la ira santa de Jesucristo.
No han entendido ni entienden el Reino de Dios, todos aquellos que pretenden ver en él una lucha de los pobres contra los ricos, de los oprimidos contra los opresores: en los Evangelios no hay una sola pa¬labra de Jesús que establezca su Reino por la lucha y la violencia, el odio, la venganza. Al pueblo judío, que vivía en aquella época bajo el dominio de Roma, Jesús no aconsejó jamás que se rebelara, que deso¬bedeciera a la ley y que organizara una lucha para expulsar a los opresores. Jesús atendía incluso a las peticiones de algunos romanos que se le acercaban pidiendo algún milagro (cfr Mt 8, 8).
Por eso todas las interpretaciones que intentan reducir el Reino de Dios a una dimensión terrena, horizontal, a un reino que vendrá para solucionar solamente los problemas materiales, económico-so¬ciales de los hombres, son falsificaciones de la ver-dadera doctrina de Cristo, que olvidan u omiten la afirmación crucial de Cristo, ante Pilato: «Mi reino no es de este mundo...».