-
«Yo querría hacer oración, pero no tengo tiempo». ¡Cuántas veces hemos oído este comentario! Es cierto que en un mundo como el nuestro, sobrecargado de actividad, la dificultad es real y no podemos subestimarla.
Sin embargo, hemos de hacer notar que el verdadero problema no reside ahí; reside, más bien, en saber lo que cuenta realmente en nuestra vida. Como dice con sentido del humor un autor contemporáneo, el P. Descouvemont, nunca hemos visto que alguien muera de hambre porque no tiene tiempo de comer. Siempre hay tiempo (¡o se busca!) para hacer lo que se considera vital. Antes de decir que nos falta tiempo para rezar, empecemos por preguntamos por nuestra jerarquía de valores, por lo que es prioritario para nosotros.
Me permitiré otra reflexión. Uno de los grandes dramas de nuestra época estriba en que ya no somos capaces de hallar tiempo los unos para los otros, de estar presentes los unos ante los otros. Y eso causa numerosas heridas. Tantos niños encerrados en sí mismos y decepcionados, dolidos porque los padres no saben dedicarles gratuitamente algunos momentos de vez en cuando, sin hacer otra cosa que estar con el hijo. Se ocupan de él, pero siempre haciendo otras cosas o absortos en sus preocupaciones, sin estar verdaderamente «con él», sin poner el corazón a su disposición. El niño lo siente y sufre. Indudablemente, si aprendemos a dar nuestro tiempo a Dios, seremos capaces de encontrar tiempo para ocuparnos de los otros. Estando atentos a Dios, aprenderemos a estar atentos a los demás.
A propósito del problema de la falta de tiempo, debemos confiar en la promesa de Jesús: «Nadie que deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras por mí y por el Evangelio, dejará de recibir el ciento por uno ya en esta vida» (Mc 10, 29). Es lícito aplicar también estas palabras al tiempo: el que renuncia a un cuarto de hora de televisión para hacer oración recibirá el céntuplo en esta vida; el tiempo empleado le será devuelto al céntuplo, no en cantidad, ciertamente, sino en calidad. La oración me dará la gracia de vivir cada instante de mi vida de un modo mucho más fecundo.