Página inicio

-

Agenda

11 enero 2026

TIEMPO PARA DIOS. LA DETERMINACIÓN DE PERSEVERAR

La lucha principal de la oración será por lograr la perseverancia. Perseverancia para la que Dios nos concederá la gracia, si la pedimos con confianza y si estamos firmemente decididos a poner todo de nuestra parte.
Hace falta una buena dosis de determinación, sobre todo al principio. Santa Teresa de Jesús insiste enormemente en esta determinación:
«Ahora, tomando a los que quieren ir por este camino y no parar hasta el fin, que es llegar a beber esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo» (Camino de perfección, cap. 21).
A continuación exponemos algunas consideraciones destinadas a fortalecer esta determinación y a descubrir las trampas, falsas razones o tentaciones, que pueden quebrantarla.
Sin vida de oración, no hay santidad
En primer lugar, es necesario estar convencido de la vital importancia de la oración. «El que huye de la oración, huye de todo lo que es bueno», dice san Juan de la Cruz. Todos los santos han hecho oración. Los más entregados al servicio del prójimo eran también los más contemplativos. San Vicente de Paúl empezaba cada jornada haciendo dos o tres horas de oración.
Sin ella es imposible avanzar espiritualmente: podemos vivir poderosos momentos de conversión, de fervor, haber recibido unas gracias inmensas: sin la fidelidad a la oración nuestra vida cristiana llegará muy pronto a un punto en el que tocará techo. Y es que sin la oración, no podemos recibir la ayuda de Dios necesaria para transformarnos y santificarnos en profundidad. En este sentido el testimonio de los santos es unánime.
Se puede objetar que Dios nos confiere la gracia santificante también, e incluso principalmente, a través de los sacramentos. La misa es en sí más importante que la oración. Es cierto, pero sin una vida de oración, hasta los mismos sacramentos tendrán una eficacia limitada. Por supuesto, confieren la gracia, pero queda parcialmente estéril porque le falta la «buena tierra» para recibirla. Nos podemos preguntar, por ejemplo, cómo hay tantas personas que comulgan frecuentemente y, sin embargo, no son más santas. El motivo suele ser la falta de vida de oración. La Eucaristía no proporciona los frutos de curación interior y de santificación que debiera, porque no se recibe en un clima de fe, de amor, de adoración, de acogida de todo el ser, un clima que sólo crea la fidelidad a la oración. Y lo mismo podemos decir de los demás sacramentos.
Si una persona -por practicante y piadosa que sea- no hace de su oración un hábito, tampoco alcanzará el pleno desarrollo de su vida espiritual. No conseguirá jamás la paz interior, se verá sometida continuamente a excesivos escrúpulos y en todo lo que haga habrá siempre algo humano: un apego excesivo a su voluntad, rasgos de vanidad, de búsqueda de sí misma, de ambición, ruindad de corazón y en los juicios, etc. No alcanzaremos la profunda y radical purificación del corazón sin la práctica de la oración: podremos conseguir sabiduría y prudencia humanas, pero no la verdadera libertad interior; no llegaremos a captar realmente la profundidad de la misericordia divina y tampoco sabremos darla a conocer a los demás; nuestro juicio seguirá siendo ruin y equivocado, y no seremos capaces de entrar en los caminos de Dios, muy distintos de lo que muchos imaginan, incluso entre las personas entregadas a la vida interior.
Algunas personas, por ejemplo, llegan a una hermosa experiencia de conversión a través de la Renovación carismática. La efusión del Espíritu Santo es un encuentro luminoso y conmovedor con Dios. Pero, al cabo de unos meses -o años- de un itinerario fervoroso, se acaba por tocar techo y por perder cierta vitalidad espiritual. ¿Por qué? ¿Porque Dios ha retirado su mano? De ningún modo. «Los dones de Dios son irrevocables» (Rom 11, 29). Sencillamente, por no saber permanecer abiertos a la gracia haciendo desembocar la experiencia de la Renovación en una vida de oración.