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23 diciembre 2025

COMENTARIO AL SALMO II

De hecho hay algo de «oscuro e inexplicable en el pecado. Este es sin duda obra de la libertad del hombre. Sin embargo, en la realidad de esta experiencia humana actúan factores por los cuales ella se sitúa también más allá de lo humano, en la zona limite donde la conciencia, la voluntad y la sensibilidad del hombre están en contacto con fuerzas os-curas que, según San Pablo, actúan en el mundo hasta el punto de dominarlo».
Son esas fuerzas que dan origen a los proyectos vanos, a las rebeliones: «las naciones y los pueblos meditaron cosas vanas» (Ps 2, 1).
Las naciones se amotinan: no llega a ser una revuelta; a veces, no es más que un motín, un tumulto, una pobre rebeldía popular que les lleva a hacer proyectos vanos, proyectos babélicos: «construir una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo, para que sea célebre nuestro nombre, antes que nos dispersemos por toda la tierra -era el proyecto de los descendientes de Sem, en la tierra de Senaar-. Y empezaron a construir con ladrillos en lugar de piedras y con betún en lugar de cal. Sin embargo el Señor bajó para ver la ciudad y la torre, y les confundió en su lenguaje, de modo que ninguno entendía que decía el otro: por eso se llamó la torre de Babel (cfr Gen 11, 1:9).
Una vez más la tentación de desafiar y de medir fuerzas con Dios, de manifestar el propio poder y capacidad humanas, prescindiendo y suplantando a Dios. El Papa Juan Pablo II comparando esta narración con la de la caída de Adán y Eva, afirma: «En la narración de Babel, la exclusión de Dios no se ma¬nifiesta tanto en un tono de oposición a Dios, sino en el olvido o indiferencia en relación a Él, como si el mismo Dios no mereciera interés alguno, en el ámbito de los designios emprendedores y asociati¬vos del hombre. En los dos casos la relación con Dios se rompe con violencia» (Reconciliación y Penitencia).
¿Por qué? ¿Por qué estos proyectos vanos, este afán de construir una ciudad al margen de Dios? ¿Por qué la ilusión de construir una sociedad terrena de una felicidad horizontal, donde un utilitarismo utópico se presenta como la solución radical para todos los problemas humanos? ¿Por qué tantas veces esos motines de barrio, movidos por unos revoltosos, en un gesto de birria de niños impertinentes y tozudos? ¿Por qué muchas veces no llegamos a ser unos revolucionarios de hechos grandiosos, heroicos, que pretenden una renovación profunda, total? No somos más que unos amotinadores que arman unos chismes para dar alaridos, para hacernos oír en un alboroto popular. De todos modos, significa alzarse contra Dios, o por lo menos olvidarlo, como si no existiera, marginarlo consciente y voluntariamente. ¿Por qué?
¿Por qué una multitud que hoy aplaude, aclama a su Rey, mañana le destrona, le condena, a gritos ¡Fuera! ¡Fuera!? ¡No queremos que éste reine! ¿Por qué se levantan los reyes y los príncipes se confabulan contra Cristo? Herodes y Pilato, que eran enemigos, hacen revivir su amistad sobre la triste afinidad de su odio y de su condena a Cristo. Cuántos pactos y connivencias se fundan sobre ese único plan común de derrumbar el reinado de Cristo. ¿Por qué?
De nuevo y siempre, se oye la voz de Dios, muchas veces a través de la voz de nuestra propia conciencia, preguntando: ¿Por qué? Y, como en eco lejano, la voz de Cristo: ¿Por qué me interrogas? Pregunta a Anás y a todos los seguidores de un racionalismo que rechazan a veces la misma evidencia para seguir buscando, preguntando, cuestionando. ¿Por qué me interrogas? Me interrogas -nos parece oír la voz de Cristo- pero no oyes mis contestaciones. Me interrogas, pero no quieres creer en mis palabras, ni siquiera en mis milagros. Me interrogas sobre la verdad, pero prefieres tus silencios, tus razonamientos y elucubraciones, a mi palabra de Verdad. O bien, a veces me interrogas, pero enseguida te desentiendes de mis respuestas. «Si he hablado mal, dime qué he dicho mal; pero si he hablado bien, por qué me hieres? ¿por qué me pegas?» -pregunta Jesús al guardia.
Cristo no ha hablado mal, no tuvo más que pa¬labras de bien, de amor, de justicia y de paz. Todos estos «porqués» se quedan sin respuesta, porque se enfrentan con el misterio del mal, «el misterio de la iniquidad, esa fuerza oculta y oscura que se encuentra dentro de nosotros y que nos lleva a veces a rechazar a Dios, a rechazar el reinado de Cristo, gritando, protestando: «¡No queremos que El reine!».
MARÍA LUISA COUTO-SOARES