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Dos mercaderes visitan a Jacob (2 de 2)
Los dos miraron significativamente al varón joven sen¬tado a un lado, que se mantuvo callado durante todo el tiempo. Jacob dijo:
—Veo que pensáis en José. Es un naggar.
—Ahí está, su trabajo le hace destacar —dijo Fiaba—. Apenas habíamos llegado a Jerusalén, ya nos hablaron de él. Nos dicen que es el mejor naggar de toda Judea —Fiaba se volvió hacia José—. ¿Es cierto que vienen a verte desde muy lejos? ¿Es cierto que los funcionarios reales te han encargado trabajos?
—Sí, se ha dado el caso —reconoció.
—Pues ya lo ves tú mismo —Fiaba se dirigió de nuevo a Jacob—. Los espías tienen que saberlo —otra vez se volvió a José—. ¿Tienes amigos fariseos?
José negó con la cabeza.
—No conozco a ningún fariseo. Acaso sólo conozco a los que han venido a mi taller con algún encargo.
—¡Basta! —interrumpió Menahem—. Los fariseos se han vuelto locos, y sus locuras pueden acarrear desgracias a toda la nación. Conspiran, proclaman ciertas profecías, se oponen a las órdenes de Herodes. Ya les castigó cruelmente una vez y ellos vuelven a la carga. En el fondo, es un rey inteligente...
—¡Maldito descendiente de Ismael! —escupió Jacob.
Menahem hizo un gesto de impaciencia con la mano.
—¡Esos también son cuentos viejos! ¡Historias olvidadas! Herodes cuida de la paz y sabe arreglarse muy bien con los Romanos. Todos ganamos en el asunto. Que sea rey, él y sus hijos... con tal de que podamos comerciar tranquilamente.
—Pero si asesina... —balbuceaba Jacob—. Tú mismo lo has dicho.
—¿Y quién no asesina hoy en día? Los Asmoneos mataban igualmente. Todo se arregla con cuchillo y veneno. Conozco a muchos que viven únicamente de la preparación de venenos; ¡y créeme, viven bien!
—¡Un desvergonzado! —Dijo Jacob indignado—.Se cuentan cosas horrendas de lo que ocurre en su corte. He oído decir que manda raptar niñas e incluso niños...
—Tú, Jacob, vives aquí como si vivieras en tiempos de nuestro antepasado Abraham —dijo Fiaba. Se alisó la barba—. Lo que ocurre en la corte de Herodes, se da en todo el mundo. Lo mismo ocurre en Roma con el César. El mundo es así. No lo cambiaremos. No puede uno permanecer aferrado tercamente a las viejas costumbres y pasar el tiempo enfurruñado. Hay que tener sentido común. El saber y la cultura vienen de Roma. No podemos ser más tontos que los que dominan el mundo... Pero no era ése el tema, ¿verdad? Se trata de que Herodes se ha fijado en nuestra estirpe. Esto no hubiera ocurrido si no fuera por las habladurías de los fariseos. ¡Son ellos quienes le hacen como es! Pero ya que ha ocurrido, considero que, para la seguridad de toda la estirpe —recalcó las últimas palabras—, los que llaman la atención no deberían permanecer aquí en Belén ...Opinamos que José tiene que irse. Que venga con nosotros a Antioquía. Es una ciudad grande, hermosa, rica. Le encontraremos trabajo, le casaremos. ¿Por qué no está casado todavía? Un hombre a su edad debería ser padre ya.
Jacob no contestó, sólo apretó fuertemente los labios y agitó la cabeza. Fiaba trasladó su mirada sobre José. El joven hizo un rápido movimiento con las muñecas que no reflejaba nada. No le era fácil explicar el asunto. Muchas veces le propusieron casarse. Su padre presionaba, exigía, para que se decidiera de una vez. Toda la familia estaba revuelta. El hijo mayor, el futuro jefe de la estirpe... «¿A qué esperas?», le preguntaban. «¿Esperas a una princesa? ¿No hay bastantes mujeres bonitas en Judea? Podrías incluso escoger entre las hijas de los sacerdotes». Pese a todas las presiones, él seguía esperando.
—Hemos puesto el dedo en la llaga —dijo Jacob. Su voz temblorosa denotaba pena y resentimiento—. Va a cumplir veinticuatro años. ¡Es hora de que se decida!
—Se decidirá cuando venga con nosotros —decía Fiaba—. Conocerá el mundo, aprenderá. Ya verás, te encontraremos una esposa —le hizo a José un guiño de complicidad—. Guapa y rica...
José seguía callado. De nuevo reinó un largo silencio.
—Danos tu parecer sobre lo que acaban de decir Menahem y Fiaba —rechinó la voz de Jacob por encima de su hijo.
Repitió el movimiento indescriptible con la mano. No tenía el menor deseo de abandonar su pueblo natal. Aquí había silencio y ¡él tenía tanto amor por el silencio! En el silencio el tiempo fluía imperceptible. Había momentos de rebeldía, de impaciencia, mas luego retornaba la paz. Era consciente del enfado de su padre para con él, y eso le pesaba como una losa sobre el corazón. No obstante, la convicción íntima de que esta espera era exigida por el Altísimo superaba aquel sentimiento. ¿Qué pasaría si le obligaban a marchar y se cumplía entonces lo que había estado esperando durante tantos años?
—No me parece razonable irme con ellos —dijo—. No creo en los temores que mencionan. Ese otro mundo no me atrae en absoluto...
—¡Te has vuelto completamente loco en este agujero tuyo! —silbó Menahem.
—No te enfades Menahem —Fiaba trataba, como siempre, de apaciguar las explosiones vehementes de su compañero—. Habla así porque no sabe cómo es el mundo. Probablemente crees —dijo volviéndose a José— que hemos abandonado la fe, olvidado la pureza y la Ley. Es cierto que no somos como los de aquí. Vivimos entre gójim, no podemos diferenciarnos demasiado. ¿Por qué rechazar a la gente? Pero en casa guardamos los preceptos. Te lo digo: ven con nosotros.
—Yo te digo lo mismo: ven —empezó Menahem conciliador— ¿Qué te retiene aquí? Un buen naggar como tú saldrá adelante y adquirirá prestigio en cualquier parte.
—Incluso ganarás más en nuestra ciudad. Te apreciarán mejor y te pagarán más. Allí hay sitio donde gastar el dinero,
—No deseo riquezas —dijo José.
—La riqueza es prueba de la protección del Altísimo —seguía tratando de convencerle Fiaba.
—Sin embargo, el Altísimo se lo quitó todo a Job...
—No voy a discutir contigo, no estoy muy versado en los textos. Pero se dice a menudo en la sinagoga que el Altísimo no ayuda a los pecadores. ¿Acaso no opinas lo mismo?
—El Altísimo exige que ayudemos a los pobres.
—Los pobres, si no son pecadores, son unos tontos y unos vagos —apostrofó otra vez Menahem—. Es entre esos memos donde los fariseos han encontrado seguidores. Les van hablando de un mesías, que vendrá y a todos dará riqueza. Y si tú también hablas así, Herodes extenderá la mano a por ti. Y entonces sufrirá toda la estirpe.
—Sí, toda la estirpe puede desaparecer entonces —la voz hasta entonces tranquila de Fiaba se tornó vehemente—. Por esta razón deberías irte —se volvió hacia el anciano patriarca—. ¡Jacob, tienes que mandarle que se vaya!
Jacob alisaba su nívea barba con gesto majestuoso. Ahora, cuando incluso Fiaba, siempre tan frío, empezaba a exteriorizar su excitación, el cabeza del linaje parecía recobrar la tranquilidad.
—¿Lo has oído todo? —le preguntó a su hijo. José asintió con la cabeza. Jacob, acariciándose la barba prosiguió—. No me gusta lo que han dicho. No me gusta. Pero hay cierta razón en lo que dicen. Yo me moriré pronto. Tú eres mi primogénito. Dentro de poco el cabeza del linaje. Si Herodes llegara a fijarse realmente en nuestra estirpe y mandara a sus soldados aquí, no quiero que te encuentre. Estoy de acuerdo con que tienes que irte. Lo exijo. Herodes es viejo. Pronto morirá. Entonces, volverás...
La resistencia al mandato recibido pugnaba en José con el respeto por su padre. Hasta entonces nunca se había opuesto directamente a sus órdenes. Cuando su padre insistía para que se casara, lo único que le pedía era permiso para posponer su decisión. «Permítame Padre —decía— que encuentre a la mujer a quien estoy esperando...». Ahora, sin embargo, no le era posible buscar un aplazamiento. Tenía que doblegarse o enfrentarse directamente. Miraba con tierno respeto la cara empequeñecida y hundida de su padre. Se acordaba de cómo era antes, poderoso y magnífico. Sabía de su amor por él. Comprendía el gran sacrificio de Jacob para alejarle en un momento en que él mismo se preparaba para morir. Los padres quieren morir rodeados de sus hijos y hacerles sus últimas recomendaciones. Y sin embargo, pensaba, ser padre es enfrentarse con el mayor de los sacrificios: entregar al más amado, renunciar a su presencia en el momento de la muerte, no poder imponerle las manos sobre la cabeza para transmitirle la herencia. ¿Puede uno oponerse ante semejante sacrificio? Inclinó profundamente la cabeza diciendo:
—Si ésta es tu voluntad, padre, me iré.
—Lo quiero..., pero eso no significa que yo quiera que te vayas con ellos. Antes de que decidas dónde has de ir, deseo que pidas un buen consejo. Conozco al hombre que te puede dar este consejo...
—Nómbramelo, padre.
—Nuestra casa se unió antaño con el linaje sacerdotal. El último representante de aquella estirpe vive allá detrás de las montañas... —la mano seca señaló la dirección—. Es un anciano, apenas más joven que yo. Se llama Zacarías, hijo de Aram. Ha tenido siempre fama de sabio y piadoso. No creo que haya cambiado. Ve a verle; ve mañana mismo. Hazle una visita, pídele consejo...
—Se hará como has dicho.
Jacob extendió las dos manos ante sí y las colocó sobre los hombros de su hijo. Permanecieron en esta postura cara a cara un momento, y sus labios musitaban una oración silenciosa.
JAN DOBRACZYNSKI