Página inicio

-

Agenda

24 diciembre 2024

La Espera: del 17 al 25

La Sombra del Padre. JAN DOBRACZYNSKI. Ed. Palabra, Madrid, 1985, 3ª ed.

Prosiguieron su caminar. La oscuridad se hacía más intensa. El viento desperdigó las nubes y en el cielo descu-bierto iban asomando las primeras estrellas. El frío aumentaba a cada paso.
Llegaron al final de la travesía del pueblo. No se abrió ninguna puerta y ellos tampoco llamaron a ninguna. Dejaron atrás la última casa. Más lejos empezaban los campos y los prados. El campo de David que su padre le había dejado en herencia estaba en algún sitio por allí.
De repente se acordó... Allí, en su campo, había antes una casita pequeña, pobre. La gente que la edificó y la ocupó no pertenecía a la estirpe. No eran siquiera judíos . Este Uza llegó al pueblo desde lejos, con su mujer y un hijo. Era mísero, pobre, su fe era distinta. Lo despreciaban todos. Nadie quiso recibirlo. Únicamente Jacob se apiadó de él. Consintió en que el hombre edificara su casa sobre la vieja tierra familiar y le dejó un trozo de terreno para cultivar. A cambio de eso Uza trabajaba para él en su hacienda. José lo ocupaba también a menudo en su taller para que pudiera ganar algún dinero, ya que la familia de Uza se hizo muy numerosa. La relación de los demás habitantes del pueblo para con Uza siguió siendo de desprecio. Incluso los niños se apartaban de sus hijos.
—Sigamos un poco más —le dijo a Miriam—. Aquí intentaremos...
La casita seguía en su sitio. Una barraca pequeña, oscura, hecha con ramas recubiertas de arcilla y lodo. La puerta de una valla que tenía delante estaba abierta. José dijo:
—Espera un momento...
Miriam se quedó. Tenía que estar muy agotada, ya que se apoyó contra la estaca que sujetaba el portillo. El perro y el asno se quedaron con ella. Los animales se olfateaban recíprocamente.
Con paso rápido cruzó el patio, llamó con los nudillos a la puerta. Nadie le contestó. Volvió a llamar impaciente. Ahora oyó unos pasos de pies desnudos.
—¿Quién es? —preguntó una voz femenina.
—Soy yo, José el hijo de Jacob.
—La paz sea contigo, José —la mujer emergió de detrás de la cortina—. Soy Ata, la esposa de Uza. ¿Me recuerdas?
—Me acuerdo de ti, Ata. ¿Está tu marido en casa?
—Has tenido que estar mucho tiempo fuera del pueblo, ya que no sabes que Uza ha muerto.
—Sí, hace mucho que estoy fuera y no sabía nada de su muerte. Pero escucha, Ata. He llegado a Belén hoy. Con mi esposa... Hemos andado mucho, estamos cansados y mi mujer está para dar a luz en cualquier momento. No nos han recibido en ninguna parte...
—Ya lo sé —dijo la mujer—. Me he enterado de que no te quieren...
—No tenemos donde cobijarnos...
—Esta casa es tu casa...
—¿Puedes recibirnos?
—¿Y cómo podría hacer yo otra cosa? Siempre has sido comprensivo y bueno con nosotros. Todo lo que tenemos, te lo debemos a ti. Todo lo que hay aquí es tuyo... Pero la casa es pequeña y sucia. Incluso, mira, se cae la pared. Haría falta un hombre para levantarla. ¿Quieres introducir a tu mujer en semejante miseria?
—Mejor la miseria que pasar la noche fuera.
—Es cierto. Me marcharé con toda la familia y te dejaré la casa. Pero quizás encontremos una solución mejor. Te acordarás seguramente de que allí, detrás de la casa, hay una peña con una gruta. Es grande y está seca. Uza quería montar la casa en esta gruta, pero tú te marchaste y él no quería hacer nada en tu tierra sin tu permiso. Tenemos nuestro buey en la gruta. Si quieres, iré con vosotros, llevaré fuego. Mi Aziz traerá leña. Una vez encendida la hoguera, la gruta estará caliente. Más arriba en la roca hay un manantial. Calentaremos agua, traeré comida. Os ayudaré en todo. Y si me lo permites, ayudaré a tu mujer. Yo misma he dado a luz muchas veces...
—Te lo ruego, por favor, Ata.
—No pidas nada, tú eres el dueño aquí. Y yo me alegro de que puedo demostrarte mi agradecimiento. ¿Dónde está tu esposa?
—Se ha quedado en la puerta.
Ata salió corriendo. Después de un momento oyó a las dos mujeres hablando. Respiró aliviado. Recitó rápidamente una beraká de acción de gracias. El les había socorrido en el último momento... Cuando ya le parecía que se encontraban en el umbral del desamparo. Y qué curioso: la gruta se encontrara sobre su tierra, y la mujer que se disponía a ayudarles con tanto entusiasmo era esposa del único forastero en su pueblo...
Las nubes habían desaparecido por completo y se ocultaban detrás del horizonte. El cielo parecía altísimo. Las estrellas brillaban cada vez más numerosas. Una parte parecía haberse caído al suelo: debían de ser las fogatas de los pastores, que cuidaban los rebaños allí abajo en los prados.
La mujer corrió a su casa y volvió enseguida con una linterna. La débil llama palpitaba entre sus dedos curvados como un pájaro capturado. Tras la mujer, salió el hijo, de unos diez años, con una brazada de leña sobre el hombro.
—Venid, os lo ruego, venid —les invitaba Ata—. Os serviré en todo. Todo lo que hay en mi casa será vuestro...
Oyó que Miriam le decía:
—Eres buena, hermana...
—No me llames así. No puedo ser tu hermana.
—Lo eres...
Caminaban juntas una al lado de otra, cruzaron el campo hacia las rocas que se veían con más nitidez en la creciente claridad, José iba detrás, el perro no se separaba de él. El asno caminaba, como antes, rezagado.