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23 diciembre 2024

La Espera: del 17 al 25

La Sombra del Padre. JAN DOBRACZYNSKI. Ed. Palabra, Madrid, 1985, 3ª ed.

Llegan a Belén (2 de 2)
La posada surgió ante ellos. Estaba situada en la vera misma del camino. Tenía la forma de un anillo grande. En el medio había sitio por los camellos y los asnos. Alrededor corrían unos nichos cubiertos en parte por un tejadillo de juncos trenzados.
Entraron en el portal y se detuvieron. La posada estaba llena de gente y de caballerías. Por encima del patio repleto se elevaba la humareda de las hogueras y resonaba un ruido sordo de voces. Vieron al posadero que corría hacia ellos, haciéndoles ya desde lejos señas con las manos para que no entraran.
—¡No hay sitio! —gritaba—. ¡No hay ni un resquicio!
—Quizás puedas encontrar algo —rogaba José—. Pagaré.
El posadero movió las manos con más energía.
—¿Qué me dices de pagar? Todos tienen que pagar. Pero no hay sitio. Tú mismo lo ves.
—Escucha —José cogió al posadero por la manga. Bajó la voz—. Comprende, yo tengo que tener algún rincón... Te pagaré lo que pidas. Mi esposa...
—¡Ya lo veo, no estoy ciego! —El hombre liberó su manga de la mano de José—. Yo no puedo hacer nada, ¿dónde os voy a meter ? ¿Ves tú algún sitio libre? Ha venido más gente que nunca. ¡Yo mismo he tenido que abandonar con mi familia la estancia y dejarla a los huéspedes!.
—Pero comprende... ¡Ten compasión!
—Te comprendo, hombre, y lo siento por ti. Pero no me ruegues más, porque no puedo hacer nada por ti. Ya es de noche, y siguen llegando algunos...
En el portal de la posada hacía su entrada una caravana compuesta de varios camellos. La primera de las monturas estaba cabalgada por un hombre cubierto por rico manto. El posadero abandonó a José y se dirigió presuroso hacia los otros. Desde lejos les hacía unas profundas reverencias.
—Encontrará sitio para ellos —dijo José observando su conversación—. ¡No aguanto! Iré a decirle....
—Eso no servirá de nada. A nosotros no nos cogerá.
—¿Qué vamos a hacer?
—Vámonos de aquí.
—¿A dónde?
—Hacia adelante. El Altísimo no nos dejará sin ayuda.
Se volvió hacia la salida. José se sentía tan abatido que se dejó guiar pasivamente por ella. El asno se paró un momento indeciso. Sus dueños se alejaban y él sentía aquí a otros animales, olía a heno y desde los pórticos se desprendía calor. Pero la fidelidad pudo más. Con el rabo encogido siguió a Miriam y a José.
¿Y adonde iremos así? —le pasaba por la cabeza a José—. Cruzaron por la calle del pueblo. Conocía cada casa que pasaba. Esta pertenecía a su hermano, ésta a su tío, ésta al hijo de su hermana... No se detuvo ante ninguna puerta. No llamó. Seguía recordando las palabras de Seba: juntos hemos decidido... suponían que vendría, le esperaban y le cerraron las puertas en las narices. ¡Le echaron como a un pordiosero!
Tenía la sensación de unos ojos vigilantes detrás de las puertas cerradas. Ellos debían estar observándole a escondidas.
Un perro famélico salió del zaguán de la casa. Levantó una oreja y se quedó un rato mirando detenidamente a los caminantes. Se paró expectante. Luego salió disparado, dio un ladrido y meneando animadamente el rabo se lanzó a los pies de José. Chillaba de alegría. Quizás había reconocido a José o tal vez estuviera sencillamente necesitado de afecto humano. Cuando José se inclinó casi maquinalmente y pasó la mano sobre el pelo áspero del perro, éste lúe presa de una excitación todavía mayor. Daba saltos y como loco corría alrededor de ellos.