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7 septiembre 2026

EXTIENDE TU MANO

I. El Señor no pide cosas imposibles: nos da la gracia para ser santos.

Entró Jesús un sábado en la sinagoga, donde había un hombre que tenía una mano seca. San Lucas precisa que era la derecha. Y le observaban los escribas y los fariseos para ver si curaba en sábado. La interpretación farisea de la Ley sólo permitía aplicar remedios médicos en ese día dedicado al Señor si había peligro inminente de muerte; y éste no era el caso de aquel hombre, que ha acudido a la sinagoga con la esperanza puesta en Jesús.
El Señor, que conocía bien los pensamientos y las intrigas de aquellos que amaban más la letra de la Ley que al Señor de la Ley, le dijo al hombre de la mano enferma: Levántate y ponte en medio. Y levantándose se puso en medio. Y Jesús, mirando alrededor, fijando su vista en todos ellos, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y este hombre, a pesar de sus experiencias anteriores, se esforzó en lo que decía el Señor, y su mano quedó curada. Aquel enfermo sanó ante todo gracias a la fuerza divina de las palabras de Cristo, pero también por su docilidad en llevar a cabo el esfuerzo que se le pedía. Así son los milagros de la gracia: ante defectos que nos parecen insuperables, frente a metas apostólicas que se ven excesivamente altas o difíciles, el Señor pide esta misma actitud: confianza en Él, manifestada en el recurso a los medios sobrenaturales, y en poner por obra aquello que está a nuestro alcance y que el Maestro nos insinúa en la intimidad de la oración o a través de la dirección espiritual.
Algunos Padres de la Iglesia han visto en estas palabras del Señor, “extiende tu mano”, la necesidad de ejercitar las virtudes. “Extiéndela muchas veces comenta San Ambrosio , favoreciendo a tu prójimo; defiende de cualquier injuria a quien veas sufrir bajo el peso de la calumnia, extiende también tu mano al pobre que te pide; extiéndela al Señor, pidiéndole el perdón de tus pecados: así es como se debe extender la mano y así es como se cura”, realizando pequeños actos de aquellas virtudes que deseamos adquirir, dando pequeños pasos hacia las metas a las que queremos llegar. Si nos empeñamos, la gracia realiza maravillas con estos esfuerzos que parecen poca cosa. Si aquel hombre, fiado más de su experiencia de otras veces que de las palabras del Señor, no hubiera puesto en práctica lo poco que se le pedía, quizá hubiera seguido el resto de su vida con una mano inútil. Las virtudes se forjan día a día, la santidad se labra siendo fieles en lo menudo, en lo corriente, en acciones que podrían parecer irrelevantes, si no estuvieran vivificadas por la gracia.
“Cada día un poco más igual que al tallar una piedra o una madera , hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con el espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones (...). Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta”. Él es el que realmente realiza la obra de la santidad y el que mueve las almas, pero quiere contar con nuestra colaboración, obedeciendo en aquello que nos indica, aunque parezca insignificante, como extender la mano. Esto nos lleva a una lucha ascética alegre y a no desanimarnos jamás. En lo pequeño está nuestro poder.