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I. El Señor nos cuenta entre sus íntimos.
Después del banquete que ofreció Mateo al Señor y a sus amigos con motivo de su llamamiento, algunos judíos se acercaron a Jesús y le preguntaron por qué sus discípulos no ayunaban como lo hacían los fariseos y los discípulos de Juan. Y Jesús les contestó: ¿Podéis acaso hacer ayunar a los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Y haciendo mención expresa de la muerte que Él había de padecer, les dice que cuando les sea arrebatado el esposo, entonces ayunarán.
El esposo, entre los hebreos, iba acompañado por otros jóvenes de su edad, sus íntimos, como una escolta de honor. Se llamaban los amigos del esposo, y su misión era honrar al que iba a contraer nupcias, alegrarse con sus alegrías, participar de un modo muy particular en los festejos que se organizaban con motivo de la boda. La imagen nupcial aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura para expresar las relaciones de Dios con su pueblo. También la Nueva Alianza del Mesías con su nuevo pueblo, la Iglesia, se describe bajo esta imagen. Ya el Bautista había llamado a Cristo, esposo, y a sí mismo amigo del esposo. Jesús llama amigos íntimos -los amigos del esposo- a quienes le siguen, a nosotros; hemos sido invitados a participar más entrañablemente de sus alegrías, al banquete nupcial, figura de los bienes sin fin del Reino de los Cielos. En diversas ocasiones el Señor distinguió a los suyos con el honroso título de amigos. Un día el Maestro, extendiendo sobre sus discípulos su mano, pronunció estas consoladoras palabras: He aquí a mi madre y a mis hermanos... Y nos enseñó que quienes creen y le siguen con obras -los que cumplen la voluntad de mi Padre- ocupan en su corazón un lugar de predilección y le están unidos con lazos más estrechos que los de la sangre. En el discurso de la Ultima Cena les dirá, con sencillez y sinceridad conmovedoras: Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado... Os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todas las cosas que he oído a mi Padre.
El Señor quiso ser ejemplo de amistad verdadera y estuvo abierto a todos, a quienes atraía con particular ternura y afecto. «Dejaba escapar entonces -comenta bellamente San Bernardo- toda la suavidad de su corazón; se abría su alma por entero y de ella se esparcía como vapor invisible el más delicado perfume, el perfume de un alma hermosa, de un corazón generoso y noble». Y se convertía en amigo fiel y abnegado de todos. De su ser provenía aquel poder de atracción que San Jerónimo comparó a un imán extraordinario.
Jesús nos llama amigos. Y nos enseña a acoger a todos, a ampliar y desarrollar constantemente nuestra capacidad de amistad. Y sólo aprenderemos si le tratamos en la intimidad de una oración confiada: «Para que este mundo nuestro vaya por un cauce cristiano -el único que merece la pena-, hemos de vivir una leal amistad con los hombres, basada en una previa leal amistad con Dios».
F.F. CARVAJAL