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I. Perdonar siempre con prontitud y de corazón.
Dios concede su perdón a quien perdona. La indulgencia que empleamos con los demás es la que tendrán con nosotros. Ésta es la medida. Y éste, el sentido de los textos de la Misa de hoy. En la Primera lectura leemos: Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor y pedir la salud al Señor?
El Señor perfecciona esta ley extendiéndola a todo hombre y a cualquier ofensa, porque con su Muerte en la Cruz nos ha hecho a todos los hombres hermanos y ha saldado el pecado de todos. Por eso, cuando Pedro convencido de que proponía algo desproporcionado le pregunta a Jesús si debe perdonar a su hermano que le ofende hasta siete veces, el Señor le responde: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete, es decir, siempre. La caridad de Cristo no es setenta veces superior al comportamiento más esmerado de los mejores cumplidores de la Ley, sino que es de otra naturaleza, infinitamente más alta. Es otro su origen y su fin. Nos enseña Jesús que el mal, los resentimientos, el rencor, el deseo de venganza, han de ser vencidos por esa caridad ilimitada que se manifiesta en el perdón incansable de las ofensas. Él nos alentó a pedir en el Padrenuestro de esta manera: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Por eso, como recuerda hoy la Liturgia de las Horas, cuando rezamos el Padrenuestro hemos de estar unidos entre nosotros y con Jesucristo, y dispuestos a perdonarnos siempre unos a otros. Sólo así atraeremos sobre nosotros la misericordia infinita de Dios.
Para perdonar de corazón, con total olvido de la injuria recibida, hace falta en ocasiones una gran fe que alimente la caridad. Por eso las almas que han estado muy cerca de Cristo ni siquiera han tenido necesidad de perdonar porque, por grandes que hayan sido las injurias, las calumnias..., no se sintieron personalmente ofendidas, convencidas de que el único mal es el mal moral, el pecado; los demás agravios no llegaban a herirles.
Examinemos hoy si guardamos en el corazón algún agravio, algo de rencor por una injuria real o imaginada. Pensemos si nuestro perdón es rápido, sincero, de corazón, y si pedimos al Señor por aquellas personas que, quizá sin darse cuenta, nos hicieron algún daño o nos ofendieron. «Cincuenta mil enojos que te hagan, tantos has de perdonar (...). Más adelante ha de ir tu paciencia que su malicia; antes se ha de cansar el otro de hacerte mal que tú de sufrirlo».
F.F. CARVAJAL