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I. Nuestra unión con Cristo es más fuerte que cualquier vínculo humano. Los lazos que se originan de seguir al Señor en un mismo camino son más estrechos que los de la sangre.
El Evangelio de la Misa nos muestra a Jesús predicando una vez más. Se halla en una casa tan abarrotada de gente que su Madre y otros parientes no pueden llegar hasta Él, y le envían un recado. Alguien le dijo entonces: Mira que tu madre y tus hermanos están fuera intentando hablarte. Y Él, extendiendo las manos hacia sus discípulos, les dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Pues todo el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.
En otra ocasión, una mujer del pueblo, al ver las palabras llenas de vida de Jesús, exclamó en una alabanza a María: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Pero el Señor dio la impresión de querer rechazar el requiebro de aquella mujer, y contestó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan.
El Papa Juan Pablo II relaciona estas dos escenas con aquella respuesta que Jesús dio a María y a José cuando le encontraron en Jerusalén, a la edad de doce años, después de una búsqueda afanosa durante tres días. Allí les dijo Jesús, con un amor sin límites y con una claridad total: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre? Desde el comienzo, Jesús estuvo dedicado a las cosas de su Padre. Anunciaba el Reino de Dios y a su paso todas las cosas alcanzaban un sentido nuevo, también el parentesco. «En esta dimensión nueva, un vínculo como el de la "fraternidad" significa también una cosa distinta de la "fraternidad según la carne", que deriva del origen común de los mismos padres. Y aun la "maternidad" (...) adquiere un significado diverso», más profundo y más íntimo.
Nos enseña repetidamente el Señor que por encima de cualquier vínculo y autoridad humana, incluso la familiar, está el deber de cumplir la voluntad de Dios, la propia vocación. Nos dice que seguirle de cerca, en la propia vocación, la que Él ha dado a cada hombre y a cada mujer, nos lleva a compartir su vida hasta tal punto de intimidad que constituye un vínculo más fuerte que el familiar. Santo Tomás lo explica diciendo que «todo fiel que hace la voluntad del Padre, esto es, que le obedece, es hermano de Cristo, porque es semejante a Aquel que cumplió la voluntad del Padre. Pero, quien no sólo obedece, sino que convierte a otros, engendra a Cristo en ellos, y de esta manera llega a ser como la Madre de Cristo» . Es muy fuerte el vínculo que nace de llevar la misma sangre, pero lo es aún más el que se origina del seguir a Cristo en el mismo camino. No hay ninguna relación humana, por estrecha que sea, que se asemeje a nuestra unión con Jesús y con quienes siguen a Jesús.
F.F. CARVAJAL