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12 julio 2026

PARABOLA DEL SEMBRADOR

I. La semilla y el camino. La falta de recogimiento interior impide la unión con Dios.

San Mateo nos dice en el Evangelio de la Misa que Jesús se sentó junto al mar y se le acercó tanta gente para oír su palabra que hubo de subirse a una barca, mientras la multitud le escuchaba desde la orilla. El Señor, sentado ya en la pequeña embarcación, comenzó a enseñarles: Salió un sembrador a sembrar, y la semilla cayó en tierra muy desigual.
En Galilea, terreno accidentado y lleno de colinas, se destinaban a la siembra pequeñas extensiones de terreno en valles y riberas; la parábola reproduce la situación agrícola de aquellas tierras. El sembrador esparce a voleo su semilla, y así se explica que una parte caiga en el camino. La semilla caída en estos senderos era pronto comida por los pájaros o pisoteada por los transeúntes. El detalle del suelo pedregoso, cubierto sólo por una delgada capa de tierra, correspondía también a la realidad. A causa de su poca profundidad, brota la semilla con más rapidez, pero el calor la seca con la misma prontitud por carecer de raíces profundas.
El terreno donde cae la buena semilla es el mundo entero, cada hombre; nosotros somos también tierra para la simiente divina. Y aunque la siembra es realizada con todo amor -es Dios que se vuelca en el alma-, el fruto depende en buena parte del estado de la tierra donde cae. Las palabras de Jesús nos muestran con toda fuerza la responsabilidad que tiene el hombre de disponerse para aceptar y corresponder a la gracia de Dios.
Parte cayó junto al camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Oyen la palabra de Dios, pero viene luego el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón. El camino es la tierra pisada, endurecida; son las almas disipadas, vacías, abiertas por completo a lo externo, incapaces de recoger sus pensamientos y guardar los sentidos, sin ordenen sus afectos, poco vigilantes en los sentimientos, con la imaginación puesta con frecuencia en pensamientos inútiles; son también las almas sin cultivo alguno, nunca roturadas, acostumbradas a vivir de espaldas al Señor. Son corazones duros, como esos viejos caminos continuamente transitados. Escuchan la palabra divina, pero con suma facilidad el diablo la arranca de sus almas. «Él no es perezoso, antes bien, tiene los ojos siempre abiertos y está siempre preparado para saltar y llevarse el don que vosotros no usáis».
Necesitamos pedir al Señor fortaleza para no ser jamás como éstos que «se parecen al camino donde cayó la semilla: negligentes, tibios y desdeñosos». Negligencia y tibieza que se manifiestan en la falta de contrición y de arrepentimiento, y de una lucha decidida contra los pecados veniales. La primera vez que el Sembrador arrojó su semilla en la tierra de nuestra alma fue en el Bautismo. ¡Cuántas veces desde entonces nos ha dado su gracia abundante! ¡Cuántas veces pasó cerca de nuestra vida, ayudando, alentando, perdonando! Ahora, en la intimidad de la oración, calladamente, podemos decirle: «¡Oh, Jesús! Si, siendo ¡como he sido! -pobre de mí-, has hecho lo que has hecho...; si yo correspondiera, ¿qué harías?
»Esta verdad te ha de llevar a una generosidad sin tregua.
»Llora, y duélete con pena y con amor, porque el Señor y su Madre bendita merecen otro comportamiento de tu parte».
F.F. CARVAJAL