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I. El Señor, ejemplo de estas dos virtudes, que se perfeccionan mutuamente.
Jesús envía a los Doce por todo Israel anunciando que el Reino de Dios se acerca, está ya muy próximo. Y el Maestro les da unos consejos bien precisos sobre lo que han de hacer y decir, y les habla de las dificultades que sufrirán. Así, leemos en el Evangelio de la Misa: Mirad que Yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Han de ser cautos para no dejarse engañar por el mal, para reconocer a los lobos disfrazados de corderos, para distinguir a los falsos de los verdaderos profetas, y para no dejar pasar una sola ocasión de anunciar el Evangelio y de hacer el bien. Han de ser a la vez sencillos, porque sólo quien es así puede ganarse el corazón de todos. Sin sencillez, la prudencia se convertirá fácilmente en astucia.
Los cristianos hemos de andar por el mundo con estas dos virtudes, que se fortalecen y complementan. La sencillez supone rectitud de intención, firmeza y coherencia en la conducta. La prudencia señala en cada ocasión los medios más adecuados para cumplir nuestro fin. San Agustín enseña que la prudencia «es el amor que discierne lo que ayuda a ir a Dios de aquello que lo entorpece». Esta virtud nos permite conocer con objetividad la realidad de las cosas, según el fin último; juzgar acertadamente sobre el camino a seguir, y actuar en consecuencia. «Prudente no es -como frecuentemente se cree- el que sabe arreglárselas en la vida y sacar de ella el máximo provecho, sino quien acierta a edificar la vida entera según la voz de la conciencia recta y según las exigencias de la moral justa.
»De este modo, la prudencia viene a ser la clave para que cada uno realice la tarea fundamental que ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del hombre mismo», la santidad.
El Señor nos enseñó a ser prudentes con su palabra y con su ejemplo. La primera vez que habló en los atrios del Templo, a los doce años, todos admiraban su prudencia. Más tarde, durante su vida pública, sus palabras y su conducta eran tan claras como prudentes, de tal manera que sus enemigos no podían contradecirle. No se anda el Señor con subterfugios, pero tiene en cuenta el público a quien habla; por eso da a conocer su mesianidad de modo gradual y anuncia su muerte en la Cruz según el grado de preparación y conocimientos de quienes le escuchan. De Cristo hemos de aprender nosotros.
F.F. CARVAJAL