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I. La Sagrada Eucaristía, memorial de la Pasión.
O memoriale mortis Domini! Panis vivus...¡Oh memorial de la muerte del Señor, Pan vivo que das la vida al hombre, concede a mi alma que viva de ti, y que saboree siempre tu dulzura. Desde los inicios de la Iglesia, los cristianos conservaron como un tesoro las palabras que el Señor pronunció en la Ultima Cena, por las que el pan y el vino se convirtieron por vez primera en su Cuerpo y en su Sangre sacratísima. Unos años después de aquella noche grande en que fue instituida la Sagrada Eucaristía, San Pablo recordaba a los primeros cristianos de Corinto lo que ya les había enseñado. Él mismo dice que recibió esta doctrina del Señor, es decir, de una tradición guardada celosamente, que se remontaba hasta el mismo Jesús. Dice el Apóstol: Porque yo recibí del Señor lo que también os transmití (esto es la tradición de la Iglesia: «recibir» y «transmitir»): que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, y dando gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en conmemoración mía. Y de la misma manera, después de cenar, tomó el cáliz, diciendo: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía. Son substancialmente las mismas palabras que cada sacerdote repite al hacer presente a Cristo sobre el altar.
Haced esto en conmemoración mía. La Santa Misa, la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, es un banquete en el que el mismo Cristo se da como alimento, y un recuerdo -un memorial- que se hace realidad en cada altar en el que se renueva el misterio eucarístico. La palabra conmemoración tiene un sentido distinto del recuerdo subjetivo de un hecho o de un acontecimiento que hacemos presente trayéndolo de nuevo a la memoria. El Señor no encarga a los Apóstoles y a la Iglesia que recuerden simplemente aquel acontecimiento que presencian, sino que lo actualicen. La palabra conmemoración toma su sentido de un término hebreo que se usaba para designar la esencia de la fiesta de la Pascua, como recuerdo o memorial de la salida de Egipto y del pacto o alianza que Dios había hecho con su Pueblo. Con el rito pascual los israelitas no solamente recordaban un acontecimiento pasado, sino que tenían conciencia de actualizarlo y de revivirlo, para participar en él a lo largo de las generaciones. En la cena pascual se actualizaba el pacto que Dios había hecho con ellos en el Sinaí. Cuando Jesús dice a los suyos haced esto en conmemoración mía, no se trata, pues, de recordar meramente la cena pascual de aquella noche, sino de renovar su propio sacrificio pascual del Calvario, que está ya presente, anticipadamente, en aquella Cena última. Enseña Santo Tomás que «Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia».
La Santa Misa es el memorial de la Muerte del Señor, en el que tiene lugar, realmente, el banquete pascual, «en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da en prenda la gloria venidera».
Meditando en la Sagrada Eucaristía, nos unimos a la oración que nos propone la liturgia: Oh Dios, que en este Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los Sagrados Misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención.
F.F. CARVAJAL