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3 junio 2026

MEDITACIONES SOBRE LA SAGRADA EUCARISTIA 3. COMO EL LADRON ARREPENTIDO

I. Los Sagrarios de nuestro camino habitual.
In Cruce latebat sola Deitas... En la Cruz se escondía sólo la divinidad, pero aquí se esconde también la humanidad; creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió el ladrón arrepentido. El Buen Ladrón supo ver en Jesús moribundo al Mesías, al Hijo de Dios. Su fe, por una gracia extraordinaria de Dios, venció la dificultad que representaban aquellas apariencias, que sólo hablaban de un ajusticiado. La divinidad se había ocultado a los ojos de todos, pero aquel hombre podía al menos contemplar la Humanidad Santísima del Salvador: su mirar amabilísimo, el perdón derramado a manos llenas sobre quienes le insultaban, su silencio conmovedor ante las ofensas. Jesús, también en la Cruz, en medio de tanto sufrimiento, derrocha amor.
Nosotros miramos a la Hostia santa y nuestros ojos nada perciben: ni la mirada amable de Jesús, ni su compasión... Pero con la firmeza de la fe, le proclamamos nuestro Dios y Señor. Muchas veces, expresando la seguridad de nuestra alma y nuestro amor, le hemos dicho: Creo, Señor, firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes... Tu mirada es tan amable como la que contempló el Buen Ladrón y tu compasión sigue siendo infinita. Sé que estás atento a la menor de mis peticiones, de mis penas y de mis alegrías. Jesús, de distinto modo, está igualmente presente en el Cielo y en la Hostia consagrada. «No hay dos Cristos, sino uno solo. Nosotros poseemos, en la Hostia, al Cristo de todos los misterios de la Redención: al Cristo de la Magdalena, del hijo pródigo y de la Samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos, sentado a la diestra del Padre (...). Esta maravillosa presencia de Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida (...); está aquí con nosotros: en cada ciudad, en cada pueblo». Todos los días, quizá al transitar por la calle, pasamos cerca, a pocos metros de donde Él se encuentra. ¿Cuántos actos de fe se habrán hecho a esa hora de la mañana o de la tarde delante de ese Sagrario, desde la misma calle o entrando unos instantes donde Él está? ¿Cuántos actos de amor?... ¡Qué pena si nosotros pasáramos de largo! Jesús no es indiferente a nuestra fe y a nuestro amor. «No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. -Él te espera». ¡Cuánto bien nos hace este consejo lleno de sabiduría y de piedad! Jesús escuchó emocionado, entre tantos insultos, aquella voz que le reconocía como Dios. Era la voz de un ladrón que, aun estando Dios tan oculto, le supo ver y le confesó en voz alta, y además le dio a conocer a su compañero. El encuentro con Jesús le llevó al apostolado.
El amor rechaza la ceguera y el atolondramiento, la tibieza. Ese amor vivo -quizá expresado en una jaculatoria encendida- hemos de tener nosotros cuando queden ya pocos instantes para recibir a Jesús en la Sagrada Comunión y cuando pasemos cerca de un Sagrario, camino del trabajo. Y nuestra alma se llenará de gozo. «¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?». ¡Es la alegría de todo encuentro deseado! Si nos late el corazón más de prisa cuando divisamos a una persona amada a lo lejos, ¿vamos a pasar indiferentes ante un Sagrario?