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2 junio 2026

MEDITACIONES SOBRE LA SAGRADA EUCARISTIA 2. LA EUCARISTIA, PRESENCIA SUBSTANCIAL DE CRISTO

I. La transubstanciación.

Visus, tactus, gustus in te fallitur...
Al juzgar de Ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; nada más verdadero que esta palabra de verdad.
Cuando la vista, el gusto y el tacto juzgan sobre la presencia verdadera, real y substancial- de Cristo en la Eucaristía fallan totalmente: ven las apariencias externas, los accidentes; perciben el color del pan o del vino, el olor, la forma, la cantidad, y no pueden concluir sobre la realidad allí presente porque les falta el dato de la fe, que llega únicamente a través de las palabras con las que nos ha sido transmitida la divina revelación: basta con el oído para creer firmemente. Por eso, cuando contemplamos con los ojos del alma este misterio inefable debemos hacerlo «con humilde reverencia, no siguiendo razones humanas, que deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la Revelación divina», que da a conocer esta verdadera y misteriosa realidad.
La Iglesia nos enseña que Cristo se hace realmente presente en la Sagrada Eucaristía «por la conversión de toda la substancia del pan en su cuerpo y la conversión de toda la substancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino, que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la santa Iglesia conveniente y propiamente transubstanciación». Y la misma Iglesia nos advierte que cualquier explicación que se dé para una mayor comprensión de este misterio inefable «debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que el adorable cuerpo y sangre de Cristo, después de ella, están verdaderamente presentes delante de nosotros, bajo las especies sacramentales de pan y de vino».
«Por la misma naturaleza de las cosas», «independiente de mi espíritu»... Después de la Consagración, en el Altar o en el Sagrario en el que se reservan las Formas consagradas, Jesús está presente, aunque yo, por ceguera, no hiciera el menor acto de fe y, por dureza de corazón, ninguna manifestación de amor. No es «mi fervor» quien lo hace presente; Él está allí.
Cuando, en el siglo IV, San Cirilo de Jerusalén desea explicar esta extraordinaria verdad a los cristianos recién convertidos, se vale, a modo de ejemplo, del milagro que llevó a cabo el Señor en las bodas de Caná de Galilea, donde convirtió el agua en vino. Se pregunta San Cirilo: si hizo tal maravilla al convertir el agua en vino, «¿vamos a pensar que es poco digno de creer el que convirtiese el vino en su Sangre? Si en unas bodas hizo este estupendo milagro, ¿no hemos de pensar con más razón que a los hijos del tálamo nupcial les dio su Cuerpo y Sangre para alimentarlos? (...). Por lo cual, no mires al pan y al vino como simples elementos comunes..., y, aunque los sentidos te sugieran lo contrario, la fe debe darte la certeza de lo que es en realidad» ; esta realidad es Cristo mismo, que, inerme, se nos entrega. Los sentidos se equivocan completamente, pero la fe nos da la mayor de las certidumbres.